miércoles, 3 de marzo de 2010

“El eje del mal”

Un artículo de Jorge Rachid


Desde que el ex presidente de EE.UU. declarase que existía un conjunto de países llamados el eje del mal, desde una apreciación mística, emparentada con la fe religiosa y evocando a las imágenes del Dante en la “Divina Comedia”, condenándolos al fuego eterno del infierno, comenzó en esta nueva etapa imperial posterior al atentado del 2001, una nueva masacre de pueblos, en nombre del dios supremo del occidente cristiano llamado mercado.
Así sucesivamente ocurrieron las invasiones de Afganistán e Irak en nombre de las democracias occidentales –como nuevas cruzadas del siglo XXI– que esconden los intereses económicos petroleros y del complejo militar industrial, necesitado de guerras impulsadas por los países centrales. No les ha ido bien. Los pueblos se resisten a ser dominados, invadidos o violados en nombre de supuestas culturas superiores que se arrogan los derechos universales de admisión en el mundo de los “buenos”.
Hemos asistido a testimonios inobjetables de violaciones a los derechos humanos en los territorios ocupados, matanzas de civiles presentadas como efectos “no deseados”, destrucción de patrimonios de la humanidad bombardeados, ciudades destrozadas y por supuesto los recursos naturales –entre ellos el petróleo– explotados por los invasores. El resto del mundo observa y algunos participan para no quedar fuera del festín caranchero del nuevo colonialismo.
La lista de los países participantes de este llamativo club son casualmente aquellos países que se han atrevido a explorar caminos propios de autodeterminación y soberanía política. La mayoría de ellos lo hacen a través de elecciones democráticas y con amplia participación popular. Pese a ello se los amenaza por los medios, con declaraciones altisonantes, se los intenta condicionar a través de organismos internacionales, se les intenta prohibir el acceso a determinadas tecnologías, se les cuestiona el manejo del espacio audiovisual, se les condicionan hasta sus relaciones exteriores, se los somete a bloqueos, se los bombardea preventivamente, se acusa a los partidos de organizaciones terroristas aunque tengan diputados y ministros. Todo sucede en la marea mediática globalizada tratando de influir sobre las conductas sociales del conjunto de la comunidad internacional.
Lo hicieron con el tratado de Yalta en la posguerra mundial del 45. Condenaron a nuestro país, a los países árabes, se repartieron el mundo en áreas de influencia y determinaron quién era quien en el mundo bipolar que crearon. Ahora en un mundo supuestamente unipolar, los bloques se van uniendo: Latinoamérica es testimonio de ello, la UNASUR es un hecho. La unión con los países del Caribe es otro hecho. La reivindicación de Malvinas es inédita, frente al fracaso de los organismos manejados por los dueños del poder como la OEA o la OTAN o la UE o las Naciones Unidas, en donde conservan un vergonzoso poder de veto que ignora las mayorías asamblearias.
Los llamados analistas políticos de los grandes medios nacionales, al servicio del Virrey, llámese “la embajada”, catalogan las relaciones institucionales del país en función de esa óptica. Venezuela, Bolivia, Ecuador, Franja de Gaza y Palestina en su conjunto con Cisjordania, Irán, Libia, Nicaragua, Yemen, Siria, Cuba –entre muchos otros– son el largo listado de países indeseables, aquellos que no pueden decidir su destino ni planificar su desarrollo al margen de la cultura dominante del mercado. Otros presidentes de otros países amigos como Brasil o Francia, no se privan de desarrollar su comercio internacional con estos Estados ni de recibir a sus presidentes ni intercambiar tecnología. Los argentinos –en cambio– somos etiquetados si lo hacemos en un mecanismo de permanente denigración de nuestra actitud soberana de explorar caminos, establecer relaciones, estrechar vínculos y acrecentar nuestro propio comercio exterior.
No existen países probos ni otros demoníaco;, sólo existen procesos políticos soberanos, con identidades nacionales diferentes y procesos alternativos a los que pretenden marcar lo “políticamente correcto”, que llevó a la Argentina en su momento a los mayores dolores de muerte de compatriotas y destrucción del patrimonio nacional de su historia, pese a lo cual hemos podido salir recuperando la democracia y consolidando la justicia junto a las instituciones de la Nación.
Debemos abandonar la autoflagelación y la denigración como ejercicios permanentes del devenir político para poder construir un destino común, nacional y popular –transformador y revolucionario– que nos permita mirar de frente a nuestros compatriotas en el marco de un modelo social solidario con justicia social. Si lo hacemos, será sin dudas el eje del bien argentino, más allá de los detractores y cipayos.

JORGE RACHID
CABA 25-2-2010

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