sábado, 28 de agosto de 2010

Ay, la clase media!!!


Reflexiones a propósito del libro “Del televisor a la cacerola…y de la cacerola al televisor, de Norberto Galasso


Maximiliano A Molocznik

El modus vivendi y la ideología de la estimada (y nunca bien ponderada) “clase media” argentina han sido abordados desde diversas ópticas.
Largamente han debatido los sociólogos sobre su heterogénea composición y sus diversas franjas etarias. En nuestro campo, el de los historiadores, el debate se ha centrado, básicamente, entre aquellos que desde el marxismo no la consideran propiamente una clase social, sino apenas como parte de la burguesía con sus características particulares y aquellos otros -no apegados a esa tradición- para los cuales el término “clase media” responde a la vieja tradición liberal del país.
Nosotros, que estamos en el campo nacional y popular y aún apreciando -y mucho- los instrumentos teóricos que nos ofrece el materialismo histórico, preferimos la ya clásica categorización del “medio pelo de la sociedad argentina”, tan popularizada por el maestro Jauretche.
Más allá de las polémicas sobre categorías de análisis, lo cierto es que los historiadores nos hemos dedicado con ahínco a establecer la filiación ideológica de este sector. Es allí donde las coincidencias surgen con mayor nitidez.
Nacida al calor de la democratización yrigoyenista, durante el primer peronismo será beneficiada por su política económica y, pese a ello, la clase media argentina se transformó en profundamente gorila y despreció a las clases populares. Apuntaló la Unión Democrática contra Perón siendo compañera de ruta de las instituciones representativas del gran capital. Mimada y protegida durante la Revolución Libertadora y el desarrollismo, recién en los años 60 comenzaría, en su seno, un lento proceso que los llevaría a la popularización y nacionalización.
En este tránsito no sólo descubrirían que el peronismo no era la “peste populista” que nucleaba “vagos” sino que era tanto el gran factor identitario de los oprimidos de la Argentina como el motor de cambio de la realidad social.
De posiciones izquierdistas y revolucionarias en los 70, pasa la clase media a un silencio bastante parecido a la complicidad durante la dictadura militar, para hacerse rabiosamente alfonsinista en los 80 y gozosa amante del consumismo neoliberal menemista en los 90. Este breve derrotero nos permite presentarla tal como es: un grupo oscilante y vacilante.
Hasta los filósofos -habitualmente poco dados a reflexionar sobre cuestiones de la realidad social- han descripto esa enorme capacidad de los sectores medios de apropiarse de las modas intelectuales parisinas o norteamericanas.
Sin embargo, Norberto Galasso no elige ninguno de estos campos disciplinares. Aborda el problema desde el ensayo, en un texto cargado de fina ironía en el que narra las contradicciones de un hombre proveniente de este sector.
Los avatares del texto nos permiten acompañar los sinuosos razonamientos -propios del clasemediero ambiguo- de Inocencio Esquilmao. Lo vemos avanzar, muy orondo, con sus certezas iniciales defendiendo las zonceras del libre mercado.
Es muy divertido seguirlo en el trayecto que va desde su repetición acrítica de las “recetas” de los economistas del establishment a su paulatina comprensión del carácter expoliador de la deuda externa y del déficit fiscal no como producto del “malvado populismo” sino, básicamente, generado por el ruinoso sistema de las AFJP instaurado por Menem y Cavallo.
Inocencio avanza acompañado en una suerte de mayéutica nacional-popular por un Galasso que oficia de paciente contertulio en dos grandes cuestiones que habitualmente no son visibles para los sectores medios. La primera es la comprensión de la siniestra trama de la estatización de la deuda privada con Cavallo en el Banco Central como funcionario estrella de la dictadura genocida. La segunda es la dolorosa toma de conciencia del error cometido por los empresarios nacionales al defeccionar del frente de liberación nacional, en 1955, cuando había sido, precisamente, la política económica del primer peronismo la que los había cobijado, protegido y hecho crecer.
La izquierda tradicional argentina recibe también algunos estiletazos de la pluma del maestro. Una anécdota en la que se lo muestra como “profesor” de monsergas vacuas y munido de un exasperante individualismo, le sirve a Galasso de excusa para presentarnos la figura del Dr. Nicolás Repetto.
Este “democrático” figurón del viejo Partido Socialista -a diferencia de lo que sucede con los hombres que al llegar a sus “altos años” adquieren lucidez y mayor capacidad de juicio-, en un libro conmemorativo de sus noventa años, decide cerrar su “brillante” carrera como furgón de cola de la oligarquía argentina.
No encontró mejor manera de hacerlo que recordar una vergonzosa apología de la Revolución Fusiladora, que hizo en un dantesco discurso pronunciado el 22 de Octubre de 1956 en el teatro Avenida de la ciudad de BsAs. Decía allí, sin ruborizarse: “La Revolución Libertadora lleva ya cumplida una obra sin precedentes. Nos ha devuelto la libertad, prepara las condiciones necesarias para que el país pueda restablecer el régimen democrático de gobierno, y ha enjuiciado al tirano y a sus cómplices por los delitos y crímenes cometidos durante la larga e ignominiosa dictadura. Somos ahora un pueblo libre”.
Tampoco olvida Galasso mencionar a otro conspicuo representante del cipayismo del PS: el profesor (Norte) Américo Ghioldi. Feroz opositor al peronismo, fue uno de los “capitostes” de la Unión Democrática y uno de los responsables de la peor tragedia histórica de la izquierda tradicional argentina: legitimar “por izquierda” el frente antinacional liderado por los grandes poderes del país agrario en 1945.
Ghioldi llegó, incluso, a definir como “fascistas” a las multitudes movilizadas el 17 de Octubre y a calificarlas como “bandas provenientes de las barriadas fangosas de Avellaneda y Berisso. Producido el golpe oligárquico de 1955 apoyó el fusilamiento del Gral. Valle tras la sublevación de junio de 1956 con una definición que lo hizo tristemente célebre: “Se acabó la leche de la clemencia”. Una verdadera vergüenza que alguien pueda haber dicho estas cosas en nombre del socialismo. Como dirigente del PS demostró un autoritarismo visceral y una tendencia -demasiado evidente- a participar de cuanto gobierno dictatorial se formara. Esta actitud quedó más en evidencia que nunca cuando aceptó el cargo de embajador en Portugal que le ofreció la última dictadura militar.
Heredero y repetidor de las peroratas librecambistas de Juan B. Justo y Nicolás Repetto no supo comprender a los movimientos populares argentinos (radicalismo y peronismo) lo que lo encontró, como dijimos, como aliado menor de la oligarquía y las fuerzas de la reacción. ¿Dónde habrá quedado la tradición de Manuel Ugarte y de Enrique del Valle Iberlucea?
¿No habrá llegado la hora de que los muchos y honestos militantes actuales que tiene el Partido Socialista empiecen también a descolgar algunos retratos?El stalinismo tampoco escapa a la mirada crítica del maestro. Por eso se detiene, como al pasar, en el escritor Andrés Rivera. Galasso confirma algo que muchos ya pensábamos: es un gran escritor de ficción que no debería haber abandonado nunca este terreno. Formado en los cánones de la cultura oficial del PC, ya lo hemos visto derrapar en varias ocasiones, por su desconocimiento de la importancia de la cuestión nacional en los países semicoloniales, por su izquierdismo abstracto y su imposibilidad de comprender la importancia de los nacionalismos en los países atrasados.
Parece que no alcanza con romper oficialmente con el PC si se sigue pensando con la lógica de policía epistemológica moscovita. Una verdadera pena pues no podemos dejar de reconocer su talento literario.
Caen también abatidos, bajo sus mandobles, los argumentos del trotskismo sin nación que no pudo ni puede comprender el fenómeno social del peronismo.
Estos hombres -por lo general honestos y comprometidos militantes- dueños de una importante estatura moral, han sido víctimas de la sumisión ideológica con que la clase dominante controla a la pequeña burguesía alentando sus planteos de revoluciones “abstractas” mientras el curso real de la lucha de la clase obrera se mueve por otros cauces dejándolos solos. Nadie mejor que Milciades Peña como ejemplo paradigmático de esta tragedia.
Más simpática -aunque por medio de la elipsis- es la referencia al trotskismo posadista. Este grupo, orientado por Homero Cristalli (J. Posadas) -bien rumbeado con respecto al peronismo y al tema de la liberación nacional- terminó convirtiéndose en una secta.
En ella “el profeta” Posadas postulaba que al ser nuestra galaxia una de las más chicas, debemos aceptar la posibilidad de que existan otras galaxias y planetas, pudiendo haber en todos ellos formas de vida, que por ser más antiguas que la nuestra serían superiores pues habrían evolucionado y ¡adoptado la forma de organización socialista, de lo que deduce que…vendrían por nosotros! Entonces… ¡Había que preparar el antiimperialismo terráqueo!
Analizando el cipayismo histórico de estos y otros dirigentes del liberalismo de “izquierda” –verdaderos mitromarxistas- no podemos dejar de coincidir con aquella magnífica definición que de ellos hiciera, en 1960, en su libro La formación de la conciencia nacional, el gran pensador del marxismo nacional Juan José Hernández Arregui: “son criaturas dilectas de la semicolonia engendrados por la colonización pedagógica”.
De la mano de Galasso, Inocencio va descubriendo también el carácter de fábulas de la mayoría de los viejos relatos del mitrismo liberal y antinacional. Es todo un impacto para él descubrir que Rivadavia no es el “más grande hombre civil de los argentinos” sino un agente del imperialismo británico, que la verdadera historia de San Martín le ha sido escamoteada y como explicación “superadora” de los mitos broncíneos de Mitre y sus modernos remozadores -como Luis Alberto Romero-, el mercado sólo le ofrece la chismografía histórica de García Hamilton o los “cuentitos liberales” de Félix Luna.
Tomando en cuenta todos estos elementos, cabe preguntarse, entonces, ¿cuáles son los motivos por los cuales la clase media argentina hoy no sólo mantiene alto su nivel de escepticismo, no se siente parte de la construcción de un proyecto nacional y popular sino también que, cuando muestra su compromiso militante, lo hace acompañando los reclamos de la derecha vernácula?.
Una explicación posible es, sin lugar a dudas, que el pensamiento filosófico posmoderno y la colonialidad del saber han calado hondo en este sector.
Allí los vemos, a enormes contingentes de docentes que salen corriendo a las librerías a comprar la última novela de Marcos Aguinis, nuevo centurión de la Argentina destituyente. Médicos, contadores y abogados que forman sus ideas de política internacional escuchando el programa televisivo del ¿periodista? operador de la CIA -a sueldo del Departamento de Estado norteamericano- Andrés Oppenheimer quién los aturde con sus Cuentos Chinos. Sesudos historiadores, habituales participantes de coloquios académicos en los que se analizan con ahínco los trabajos del ex canciller mexicano Jorge Castañeda, empleado dilecto del ex presidente de la Coca Cola Company, digo, de México, Vicente Fox.
Profesionales liberales que, para evadirse del tedio y la rutina, no tienen mejor idea que recurrir a la novelística del ícono de las derechas latinoamericanas, Mario Vargas Llosa que, para colmo de males, ha lanzado al ruedo a su hijo, Alvarito, versión descafeinada y sin un ápice del talento literario de su padre.
O los académicos, fanáticos cultores del pensamiento débil en los 90, convencidos gladiadores del “fin de la historia” y talibanes del “fin de las ideologías” que arrojaron a Hegel y la “totalidad” al tacho de basura de la Historia y que hoy leen azorados el último trabajo de Gianni Vattimo. ¿Qué dirán ahora estos atildados catedráticos cuando el “mesías” que tanto los impactó con la “sociedad transparente” del fin de las grandes verdades, del fin de la modernidad regida por el concepto de verdad y el apologista de la tolerancia, la diversidad y el pensamiento débil, les dice que hay que volver a ser comunistas?
Por otra parte, no podemos desdeñar, para entender este “azonzamiento” de los sectores medios, el papel que cumplen los lenguajes massmediáticos y el trabajo de horadación de las conciencias que llevan adelante los apóstoles comunicacionales de la derecha antinacional y que han incidido notablemente en el vocabulario de los sectores medios instalando una suerte de “gramática de los 90”. En la nueva jerigonza, uno de los mayores éxitos de Mariano Grondona y de Joaquín Morales Solá ha sido lograr que los sectores medios hablen de “gente” no de “pueblo”, de “inclusión” no de “justicia social”, de “república” no de “democracia”.
No podemos dejar de sorprendernos tampoco con el éxito que han logrado al vaciar de sentido a la política y transformarla en un conjunto de banalidades útiles sólo para el set televisivo.
Es cierto también que a este descrédito de la política ha contribuido mucho la clase política, en especial nuestros grises burócratas de la cultura. Estos sujetos -sobre todo en los últimos años- se presentan frente a las cámaras de televisión portando una afilada retórica nacional-popular, asumen cargos públicos convocando a la memoria de lucha de nuestro pueblo y entonando estrofas plebeyas con las que -en apariencia- pretenden dar una lucha ideológica contra la inteligencia semicolonial.
Si uno anda un poco desprevenido, puede cometer el error de creerles. Hasta que los ve actuar. Allí descubrimos que la retórica sólo es una fachada para seguir manteniendo sus privilegios y sus prebendas de funcionarios, que pueden ser peores que la derecha a la hora de censurar y retacear el apoyo a todos los que tenemos una ética y no aceptamos el disciplinamiento de la chequera. En fin, para aquellos, como nosotros, que no queremos ser “presupuestívoros”, sino que estamos luchando día a día, en el terreno de la cultura por la liberación nacional.
Pese a todas estas cuestiones Norberto Galasso nos deja una enseñanza central que no debemos olvidar: en un proceso de liberación nacional en marcha, no podemos ahuyentar a los sectores medios. Debemos sumarlos, incidir sobre ellos, aportarles clarificación ideológica para lograr que acompañen el proyecto nacional-popular, no regalárselos a la derecha. Esa es nuestra tarea. Despejar las brumas que ponen en sus mentes los aparatos mediáticos. Es útil recordar que, en un país semicolonial, los medios de comunicación son más eficientes que las botas a la hora de solidificar esa superestructura cultural al servicio del imperialismo de la que nos hablaba Jauretche.
Aún así, contra todo este montaje al servicio del imperio debemos trabajar, debemos destrozar sus mitos y desacralizar la “república” y las “instituciones”, es decir, evitar que los sectores medios caigan rendidos -atados de pies y manos- ante el discurso de la defensa de las formas abstractas de la democracia.
Ese es nuestro desafío como militantes e intelectuales del campo nacional, popular, revolucionario, antiimperialista y latinoamericano si realmente queremos construir poder popular.
Por supuesto que no somos cándidos y tenemos en claro que los sectores medios pueden defeccionar y que, seguramente, si este proceso de liberación nacional y latinoamericano en marcha se orienta hacia el socialismo encontraremos a muchos de ellos -si trabajamos bien no a todos- en la vereda de enfrente. Pero eso ya será parte de otro momento de la historia.

Los partidos políticos a 122 años

        Alberto Buela (*)   En la tranquilidad de en este tiempo que me toca vivir encontré en la biblioteca un viejo libro del autor bi...