sábado, 6 de noviembre de 2010

La Vuelta de Obligado, episodio clave de la lucha antiimperialista


Maximiliano A. Molocznik


El éxito de la política británica en el Río de la Plata ha sido -durante todo el siglo XIX y gran parte del siglo XX- atribuible a la silenciosa pero muy eficiente labor de sus diplomáticos.
Sin embargo, hubo algunos momentos especiales en los cuales la rubia albión debió dejar de lado sutilezas y mostrar la cara oficial guerrerista del Imperio. Esto sucedió durante el segundo gobierno de Rosas. Hacia 1845, el imperio británico encontraba en la política de soberanía nacional del gobernador graves escollos a sus intereses. Estos intereses eran muy concretos: defender a sus comerciantes en ambos márgenes del Río de la Plata e imponer alguna solución al enfrentamiento que Rosas mantenía con Montevideo.
Este conflicto venía reduciendo ostensiblemente las ganancias de esos comerciantes al producirse una paralización del comercio rioplatense. Se pone en marcha, entonces, un claro operativo colonialista cuyo objetivo era evitar a toda costa que Rosas pudiera dominar los dos puertos claves del Río de la Plata. De resultar exitoso este emprendimiento se podría, luego, poner en caja al “bárbaro” de Carlos Antonio López que intentaba una vía de desarrollo autónoma. Paraguay no estaba dispuesto a entregarse -atado de pies y manos- a los dictados del capital industrial inglés y de las necesidades de su banca.
Son estos dos sectores -junto a los comerciantes- los que propician una “solución rápida al conflicto” para lograr el comercio libre. Esta solución consiste en alentar la clásica política imperial de la balcanización. Para ello el imperio siempre ha contado con sus aliados internos, verdaderos hombres de paja, como el cipayo Florencio Varela quién trabajó codo a codo con la diplomacia inglesa para lograr que Entre Ríos y Corrientes se transformaran en estados autónomos.
La Vuelta de Obligado es, entonces, una defensa frente la invasión internacional de los ríos argentinos. Buques mercantes extranjeros y la escuadra de guerra anglo-francesa ingresan al Río de la Plata y remontan el Paraná. Sus principales acciones “civilizatorias” fueron: saquear Gualeguaychú, incendiar Colonia y tomar -a sangre y fuego- la isla Martín García.
Frente a esta desembozada acción imperialista Rosas va a conducir una guerra nacional que no sólo enfrentará al enemigo externo sino que mostrará la colaboración del unitarismo liberal con él. Para ello, dispone en un recodo del Paraná, entre San Pedro y Ramallo a dos mil hombres, al mando del Gral. Mansilla y ordena el emplazamiento de veintisiete cañones.
Pese a la enorme superioridad numérica del enemigo y la decisión heroica de Mansilla de extender cadenas por el Paraná a modo de barrera y hundir barcos para trabar el paso, los invasores logran avanzar hacia el norte aunque comprueban que, por la falta de tropas terrestres y -sobre todo- por la gallardía de los rioplatenses, no podrán controlar el río.
Mientras tanto, en Europa, se jugaba el partido de la diplomacia. Florencio Varela y Sarmiento, como buenos adalides del unitarismo cipayo, hacen campaña en Francia contra Rosas presentándolo ante la opinión pública como un “tirano bárbaro y cruel”. A diferencia de esta vergonzosa postura antinacional, San Martín publica una famosa carta en diarios franceses e ingleses advirtiendo a los invasores que su aventura no será exitosa.
El Libertador le escribe también enfurecido a Guido denunciando la agresión de las grandes potencias. Al borde de sus 70 años San Martín muestra su valentía, su coraje y su coherencia, ya que no duda en levantar su voz contra el opresor extranjero.
A los pensadores del coloniaje -habituados a repetir las viejas monsergas del mitrismo sobre el desprecio de San Martín por Rosas- cabría recomendarles, precisamente, la lectura de la emotiva carta que el gran Capitán le envía a Rosas el 11 de Enero de 1846. En ella, le vuelve a ofrecer -como hiciera frente el bloqueo francés de 1838- sus servicios militares pese a su precaria salud.
El presente análisis tampoco debe llevarnos al panegirismo acrítico sobre Rosas. Debemos mencionar la circunstancia de que el litoral se veía obligado a llevar sus mercaderías de exportación a Buenos Aires no pudiendo hacerlo por sus puertos propios. Es decir, que reivindicamos la tarea de Rosas frente a la prepotencia extranjera pero decimos también que la libre navegación era un derecho para el Litoral que entraba en colisión con el monopolio del puerto porteño. Esta situación fue la que desencadenará finalmente la reacción de Urquiza en 1851.
En síntesis, la batalla de la Vuelta de Obligado tiene tanta trascendencia como las luchas por la emancipación y debería estudiarse con más ahínco en las escuelas.
El león inglés encuentra un freno a sus ambiciones imperiales y no logra -ni lo hará hasta 1852- controlar el comercio de Bs. As., de Montevideo y del Paraná, hacia el Litoral, Paraguay y Brasil, su gran objetivo. Por estas razones, esta epopeya se constituye en un importante hecho de conciencia antiimperialista.

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