viernes, 21 de octubre de 2011

Los intelectuales y las organizaciones del campo popular: el caso Hernández Arregui

Por Gonzalo Pedano *
“Y así caen en la trampa cenagosa de la distorsión cultural que el imperialismo,

cualesquiera sean sus estandartes y sus mercaderías filosóficas,

ha armado con la precisión cronométrica de un engranaje

vasto e impalpable en los países coloniales” J.J. Hernández Arregui


El caso Hernández Arregui: pensando en nacional

Filósofo, escritor, ensayista, sociólogo, militante, político, los rótulos no alcanzan a definir en su totalidad las actividades constantes que desarrolló Juan José Hernández Arregui a lo largo de su vida. Adscribió en su juventud al Partido Radical de la provincia de Córdoba, colaborando con numerosos artículos en los periódicos Debate, Nueva Generación, Doctrina Radical, Intrasigencia y La Libertad. Durante la década del ’40 estudió en la Facultad de Filosofía y Letras –ahora Filosofía y Humanidades- de la Universidad Nacional de Córdoba, en la que tuvo como principal maestro a Rodolfo Mondolfo, quien lo acercó a los debates del marxismo y del pensamiento europeo. Se graduó como Doctor en Filosofía en 1944, con Diploma de Honor entregado por dicha Facultad. En 1947, tras su renuncia al Partido Radical, se produce su acercamiento al peronismo de la mano de Arturo Jauretche, quién lo llevo a colaborar en el gobierno bonaerense como Director de Publicaciones y Prensa del Ministerio de Hacienda de la Nación. En 1948 comienza su labor docente en la Universidad Nacional de La Plata y en la Universidad Nacional de Buenos Aires, hasta que en 1955 el golpe de Estado autodenominado “Revolución Libertadora” lo relega de forma violenta al silencio y al asilamiento, expulsándolo de sus cátedras universitarias y prohibiendo las revistas, periódicos y medios masivos de comunicación en donde había publicado. “Se sumó en este período a la Resistencia Peronista y comenzó una ardua labor intelectual y militante, que conjugó lúcidamente la teoría revolucionaria marxista con el ideario peronista de las masas trabajadoras. En 1957, publicó Imperialismo y Cultura, obra fundamental en la historia de las ideas en la Argentina, donde analizó la influencia de las ideas dominantes en la intelectualidad nacional. Poco después, en 1960, publicó La formación de la Conciencia Nacional, con el objetivo explícito de contribuir desde la izquierda a esclarecer la cuestión nacional. En 1962, apareció un nuevo libro, ¿Qué es el Ser Nacional?, en el que abordó nuevamente la cuestión nacional desde una óptica latinoamericana”. En ese mismo año es detenido el 18 de abril, luego del golpe a Frondizi y llevado a la cárcel de Caseros. Hacia 1969 publica Nacionalismo y Liberación y en 1972, Peronismo y Socialismo, donde elaboró la propuesta de transformar al peronismo en un partido revolucionario capaz de construir el socialismo nacional. La mayor parte de sus obras, al menos aquellas que resultaron más influyentes, fueron producidas en el contexto de proscripción y persecución del peronismo en nuestro país.
En 1964 funda el grupo CÓNDOR, junto con Eduardo Luis Duhalde, Ricardo Carpani, Rodolfo Ortega Peña, el gremialista Alberto Belloni, Rubén Bortnik y otros intelectuales. Utilizan esta figura simbólica del Cóndor para contraponerla como antítesis al Águila imperial que conquista y usurpa. CÓNDOR fue un grupo de difusión ideológica no identificado con partido político alguno pero que entendía a la clase trabajadora peronista como el principal actor antiimperialista en nuestro país y enmarcaba su accionar en un contexto histórico – político de resistencia peronista a la dictadura autodenominada “Revolución Libertadora”. “La desunión de América Latina es consecuencia impuesta a estos pueblos, por unión siniestra de las grandes metrópolis, en particular Inglaterra y Estados Unidos, empeñadas en mantenernos, junto con nuestra división, en ficticias naciones nominales, en el atraso material y la humillación cultural. En tal sentido, la acción de CÓNDOR busca el entronque, como queda establecido, del pensamiento revolucionario nacional con la actividad política del proletariado peronista, la única fuerza, esta última, que en oposición real al imperialismo, por su composición de clase, puede consumar la REVOLUCIÓN NACIONAL. El punto de partida de CÓNDOR es pues: la teoría se convierte en fuerza material tan pronto cuando prende en las masas”. Esta caracterización de la clase trabajadora peronista es una de las características distintivas del grupo, dándose a la tarea de crear una corriente nacional y popular con base en la clase obrera peronista. Así también, CÓNDOR adopta un método marxista de análisis sin dejarse dominar por él, recusando la aplicación mecánica de sus fórmulas a la realidad nacional y latinoamericana, “tal cual lo han hecho las izquierdas tradicionales en la Argentina, que así han caído en una odiosa y deplorable falsificación del marxismo, y por lo tanto, de la historia nacional”. Se pretende desarrollar una acción de esclarecimiento mediante la revisión crítica de la historia argentina a la luz del marxismo estrechamente unido al pensamiento nacional, enfilando tal acción tanto contra la historia oficial del liberalismo como contra la historiografía del nacionalismo de derecha. Esta postura crítica del grupo para con los partidos de la izquierda tradicional que subordinan la política local a directivas extranjeras, así como contra las versiones liberales o nacionalistas antipopulares que niegan el protagonismo de la clase trabajadora, es una de las características distintivas de este grupo de difusión ideológica organizado por Hernández Arregui. Siendo consecuentes con ello, asumen una línea historiográfica revisionista federal y provinciana. Su duración, sin embargo, fue efímera y el grupo se disuelve tiempo después, aunque sus planteos seguirán siendo formulados por Hernández Arregui. La creación y existencia del grupo CÓNDOR es mencionada aquí para señalar la forma en que Arregui y otros pensadores y artistas, buscaban concretar en la práctica política una articulación con los sectores populares de nuestro país, para los cuales pretendían pensar, escribir y trabajar. Esta tarea será una constante en la vida de Hernández Arregui y su producción teórica se encuentra en gran medida orientada a dicha tarea.

Imperialismo y colonialismo

“A fines del siglo XIX la humanidad ha ingresado en la era imperialista, es decir, en la política de expansión seguida del espíritu de conquista, de parte de un puñado de potencias, sobre la regiones productoras de materias primas […]. El adueñamiento de los mercados coloniales se afianzó en nombre de la civilización con los métodos de la barbarie, la masacre y la expoliación en masa de las poblaciones coloniales”. Esta situación fomenta el desarrollo de dos grandes tipos de países: las metrópolis imperialistas y las colonias periféricas. Así, imperialismo y colonialismo son dos caras de la misma moneda. En esta lectura, el autor señala que el colonialismo tiene un conjunto de rasgos distintivos y comunes. Más allá de algunas diferencias de los países coloniales entre sí, existen similitudes globales que los ensamblan como piezas de un ancho cordón periférico de las grandes metrópolis, cuyas políticas ejecutan en sus propios territorios y jurisdicciones por intermedio de ciertos grupos “nativos” que son funcionales a sus intereses. Algunas de estas similitudes son:
-“Los innumerables países, naciones formales, dominios, protectorados, etc., vistos desde el vértice de la economía mundial y de la división internacional del trabajo, son partes anexas de los imperios coloniales”. América Latina forma parte de los países coloniales siendo parte de las regiones marginales de los países centrales que dirigen la economía mundial, dando forma a un ordenamiento colonialista que trae problemas simétricos y estrechamente emparentados entre los países periféricos sometidos de América Latina, Asia y África.
-Un grupo de naciones centrales, en especial Inglaterra, Francia, Estados Unidos y Alemania, se disputan el poder sobre las zonas atrasadas y los países periféricos, repartiéndose el control monopólico de los mercados coloniales divididos y organizados según los intereses de las metrópolis. Es así que, como lo demostraron los estudios de Scalabrini Ortiz, Inglaterra ejerció durante la primera mitad del siglo XX, un fuerte control de la economía argentina, estructurando todo el aparato de producción en función de sus propios intereses imperiales.
-Existe una explotación uniforme de las colonias, “mediante técnicas que no varían mucho de parte de las distintas metrópolis, aunque haya matices diferenciales en los métodos políticos y militares de sojuzgamiento, empleados por Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Bélgica, etc. Es esta misma uniformidad sin banderas de la opresión imperialista la que reagrupa en un todo revolucionario al mundo colonial”. Es por ello que, en la era del imperialismo ejercido por las metrópolis, los países coloniales –como Argentina- de reservas de materias primas se convierten en reservas de la revolución mundial. Donde hay poder imperial, hay resistencia nacional. En este sentido, el “nacionalismo” de las colonias, señala Hernández Arregui, tendrá una función política completamente distinta al “nacionalismo” defendido por las metrópolis, puesto que aquél está orientado a terminar con el yugo extranjero y éste último a legitimarlo. “En primer término, y en sentido lato, el concepto de nacionalismo referido a una nación poderosa es en su núcleo vital, inseparable del concepto de opresión de los países débiles […]. El concepto de nacionalismo en un país atrasado, en cambio, es enteramente canjeable por el concepto vivo de libertad. El nacionalismo es, entonces, lucha por la libertad”.
-El “nacionalismo” que se desarrolla en las colonias como lucha por la libertad, implica una demanda consciente de la nacionalización de las riquezas, de los servicios públicos, de las entidades bancarias y financieras, de las entidades de exportación y comercialización de materias primas. Así como también, el intento de desarrollar un proceso de industrialización, que debe terminar con la interferencia de las metrópolis para poder subsistir y en especial, con entidades como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, que orientan los créditos y empréstitos financieros según los intereses de las metrópolis.
“El colonialismo no sólo es un fenómeno económico, aunque esta sea, en última instancia, la raíz de todas sus derivaciones políticas y culturales residuales. Es además, en su correlato superestructural exacto y aberrante, una colonización mental. Con signo liberal, pseudomarxista o nacionalista, tales corrientes han enfocado nuestra vida nacional desde perspectivas europeas, nacidas allá de condiciones propias y no desde la plataforma de un pensamiento nacional o hispanoamericano asentado en sí mismo”. De esta forma, el colonialismo es un fenómeno de dimensiones económicas y también culturales que implica una inversión de la imagen que lleva a ver a Argentina desde Europa y a aplicar en nuestro país recetas elaboradas en los países centrales. En este sentido, es importante que los intelectuales y académicos comprometidos con la eliminación del colonialismo, evalúen con crítica severa toda filosofía, arte y ciencias surgidas en los países imperiales. Liberarse de la caparazón mental del coloniaje, el examen crítico de esas teorías europeizantes sin arraigo en los sectores populares, son algunas de las tareas y roles que, desde la concepción de Hernández Arregui, los intelectuales deben realizar en su vinculación con las organizaciones del campo popular. Romper la muralla psíquica de la mentalidad colonial para desarticular el mecanismo elaborado para la deformación del pensamiento de las clases colonizadas. “La representación del país que el habitante colonizado cree elaborada por su propia mente le ha sido inyectada desde afuera mediante los vasos conducentes del régimen educativo de la oligarquía extranjerizante, que es todavía, pese a su declinación histórica como clase económica, la intermediaria política y cultural del dominio extranjero secular. Romper esta segunda naturaleza, nacida bajo el constelado mortecino de las ideas coloniales, preformada por la escuela primaria y configurada por la Universidad y demás instituciones educativas, que son los vehículos institucionalizados –en forma oficial o privada- de ese colonato cultural, es una exigencia de la liberación nacional”. En este sentido, la crítica y la erosión de esas representaciones propias de los habitantes colonizados y la ruptura del régimen imperante –en ese entonces- de enseñanza propio de la oligarquía liberal aliada a los intereses de las metrópolis, es la apuesta y la responsabilidad de los grupos intelectuales en su pertenencia y compromiso con las clases populares.

Colonialismo y Universidad

En términos generales, considerando los aspectos señalados anteriormente, para Hernández Arregui el colonialismo “no sólo es un molde deformante de vida que el colonizado recibe predeterminado al nacer. Es una estructura sociológica rígida, un conjunto orgánico de formas de pensar y de sentir, un mundo – visión extremado y finamente fabricado, que se ha transformado en una actitud ‘normal’ de conceptualización de la realidad. El colonialismo es la codificación de valores antinacionales puestos a la vista del colonizado como nacionales”. Esto implica como uno de sus resultados, que ciertas capas intelectuales y académicas de nuestro país se encuadren dentro de las filosofías transferidas por el coloniaje cuyas notas peculiares se expresan en una consideración pesimista de la realidad argentina, en una constante denigración de lo propio, en un sentimiento de menorvalía y en la consideración de que la subordinación del país y su poco valor cultural es una ineptitud congénita de la que sólo se sale con la ayuda de los países “civilizados”.
Las metrópolis, que mundialmente centralizan y controlan los medios de difusión cultural más importantes, apuntan con especial e insistente coordinación a esta cooptación mental de las capas intelectuales de los países dominados. La institución universitaria tiene aquí un papel fundamental que cumplir al servicio de los intereses de las metrópolis. “En los países dependientes –y el caso es comprobable en Argentina-, el contenido subordinado de la formación superior es disimulado tras el mito de la ‘autonomía universitaria’. Es la filosofía del liberalismo colonial la que insiste, en este país, en la farsa de la ‘autonomía universitaria’. Tal autonomía no existe. La Universidad es un órgano del Estado. Quizá, el más rígidamente adaptado al orden establecido por la clase dirigente. La Universidad es un instrumento del poder político vigente […]. Los estudiantes, al defender la ‘autonomía universitaria’ sin saberlo, tal es la fuerza de los credos morales, luchan, en rigor, por el colonialismo”. Los programas de liberación nacional, anticolonialismo y nacionalismo popular no pueden ser desarrollados en esta Universidad, porque dicha institución desarrolla una fuerte persecución y expulsión de docentes y estudiantes que pretendan llevar adelante dichos programas. En este sentido, Hernández Arregui reflexiona en un contexto histórico caracterizado por la proscripción absoluta del peronismo en la vida política del país y, por consiguiente, también de la vida universitaria, de la que él mismo fue víctima al ser expulsado de sus cátedras en 1955. Sumado a ello, la obra en análisis –Imperialismo y Nación- publicada en 1969, ya había presenciado la política universitaria de Onganía y la noche de los bastones largos. Es precisamente a esta Universidad de las décadas del ’50 y del ’60, que el autor considera como ‘colonial’.
“Ha sido el ideal de vida de la oligarquía agropecuaria, al margen por antítesis sociológica, del desarrollo industrial del país en el que poco ha tenido que ver la Universidad Argentina, el que durante un siglo predominó y aún predomina. Esta clase ha promovido estudios históricos, económicos, jurídicos, estéticos, filosóficos y sociales sistematizados por la voluntad educadora del país agroexportador. Ha sido, además, por derivación complementaria, una enseñanza fundada en el privilegio. A esta cultura mimética sólo pueden llegar quienes pueden costearla” En este sentido, si la Universidad es una institución social, y por tanto parte del Estado, su rol es prescripto por una economía fundamentalmente agroexportadora y por el sistema social, político y cultural que le es afín y simétrico. Pero no sólo la Universidad tiene este rol, sino también todas las instituciones culturales afines proceden de esta manera, como el caso de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), que permanecieron calladas todas ellas cuando miles de argentinos fueron encarcelados y algunos fusilados a partir de 1955, omitiendo mencionar también los vejámenes cometidos a escritores, pensadores argentinos y a los cerca de 4000 profesores universitarios que fueron separados de sus cátedras al caer Perón. “La ‘libertad de cultura’ es una comedia en un país donde el pueblo está proscripto del comicio desde hace más de diez años. Éste es el índice que muestra el desligamiento de la Universidad de la política […]. El Estado es el que impone este mutismo político a la Universidad. De espaldas al país, la casta profesoral vive en un espacio vacío entre el mundo de las masas y el Estado colonizado. No sólo se apartan del pueblo. Esto los lleva a desterrarse del pensamiento nacional, y así, justifican al colonialismo, que a través de la Universidad, vegeta con luces hurtadas a Europa. En nombre de la augusta inteligencia pura prefieren no tomar partido en las cuestiones centrales del país”. La Universidad autónoma como institución, desde el ’55 en adelante, sostiene el autor, no ha hecho sentir su voz una sola vez en defensa de los trabajadores y sus necesidades, amparada en su carácter ‘apolítico’, ha hecho política ‘antiobrera’ y ‘antinacional’.
“Por su composición de clase, el estudiantado, en su mayoría, se plegó a la coalición reaccionaria que derribó a Perón. Al producirse la contrarrevolución de 1955, esa juventud universitaria festejó el hecho como un triunfo grandioso de la libertad. Y es también un hecho que estudiantes reformistas y católicos –el culto de la ‘libertad’ los había unido a todos- se alzaron en defensa de la Universidad que retornaba […]. Los estudiantes apoyaron ese retorno, sin comprender que detrás de las grandes frases –patrióticas, políticas, filosóficas y religiosas- se movían las fuerzas siniestras que dividen a una patria colonizada”. Los estudiantes y su movimiento fueron utilizados como fuerza masiva de choque por la oligarquía, en el golpe autodenominado “Revolución Libertadora”. Nada se dijo sobre la persecución, el fusilamiento y el asesinato de miles de argentinos. Sin embargo, Arregui señala que esta posición empieza a cambiar en los años posteriores y se da inicio a un proceso de “nacionalización” del estudiantado y de los sectores intelectuales que va a implicar una fuerte autocrítica a las posiciones asumidas y en la postulación de la necesidad de la constitución de un “frente obrero – estudiantil” que vincularía a los estudiantes universitarios con los trabajadores peronistas.
Es así que, en la segunda edición de La formación de la conciencia nacional publicada en el año 1970, Arregui sostiene “es imposible resumir aquí la agitación universitaria que recorre al país. La población estudiantil ha tomado conciencia de la realidad nacional y de la necesidad de luchar junto a los trabajadores. Es éste uno de los hechos más decisivos acaecidos en la Argentina de la última década. El país está sacudido por permanentes rebeldías estudiantiles que han tomado la calle como escenario y la ocupación de las Universidades como expresión de protesta. Millares de documentos, volantes, folletos, publicaciones, inundan el país. Y la acción violenta, la reacción multitudinaria de los estudiantes, es cada vez más profunda en el orden ideológico y combativo”. Diferentes agrupaciones y organizaciones que forman parte de este movimiento estudiantil, adscribiendo inclusive a diferentes identidades políticas, le hacen llegar un profundo reconocimiento a la labor pionera que Arregui venía cumpliendo desde hace varios años en las filas del movimiento nacional, en contra de la deformación cultural de las clases dominantes y del aislamiento de la intelectualidad para con las luchas populares de los trabajadores. Las Cátedras Nacionales, desarrolladas por esa época en la Universidad Nacional de Buenos Aires, lo tendrán como bibliografía de ineludible lectura.
El propio José María Aricó hará referencia a la influencia de Arregui en ese grupo de jóvenes de la Federación Juvenil Comunista que fueron expulsados por sus críticas a la conducción del partido: “la formación básica del militante comunista de los años ’40 y ’50 seguía siendo la historia del Partido Comunista de la URSS. Puede parecer una burrada, pero sabíamos más de los problemas de algunas aldeas de la URSS o sobre teorías de bolcheviques no renombrados, pero ignorábamos el debate revisionismo – liberalismo en sus fuentes. Sabíamos de Stalin, pero ignorábamos a Mitre […]. Además, había una suerte de desprecio a esto que llaman tradiciones nacionales, su peso, su densidad, no eran vistas, ni tenidas en cuenta. A fines de los ’50, nos abrimos a los textos vetados en el Partido: los trabajos de Puiggrós sobre los partidos políticos argentinos y en los primeros ’60, a Hernández Arregui”. Las observaciones de Aricó hacen hincapié en el desconocimiento de los problemas nacionales por parte de este partido de la izquierda tradicional, el desconocimiento de la historia nacional, el carácter endogámico y vuelto ‘hacia adentro’ por parte de sus militantes. En alguna medida, entonces, Arregui colaboró con ese proceso de nacionalización de las capas intelectuales, docentes y estudiantiles de nuestro país, brindando su obra nuevas herramientas conceptuales necesarias para pensar la realidad de nuestro país en el proceso de formación de su propia conciencia nacional, que no es otra cosa más que el proceso de su propia liberación.

(*PONENCIA PRESENTADA EN LAS JORNADAS INTERNACIONALES “JOSÉ MARÍA ARICÓ”, Córdoba septiembre de 2011)

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