viernes, 16 de mayo de 2014

El Jauretchómetro

por Ernesto Jauretche


 “A mi me abrió los ojos
ese tipo que decía
que todo era verso” Ciro, Los piojos


Arturo Jauretche realizó política práctica desde el yrigoyenismo, incluyendo a FORJA, hasta 1945 (con saldo discutible); participó por un único breve periodo de su vida en la administración pública entre 1946 y 1951, y a la caída del gobierno constitucional de Perón respaldó con sus producciones intelectuales el desarrollo de la militancia de la Resistencia. Continuidad lógica del devenir histórico, se sumó a la mal llamada Generación del 70 –que se desarrolló en los 60, cúspide de la producción jauretcheana- (con resultados que lo llevaron al podio de los pensadores nacionales).

Ya en este orden, su editor, el mítico, Arturo Peña Lillo, no sabemos si con mucho rigor pero si con gran orgullo, decía: “Jauretche es un pensador que se adelantó a su tiempo, y no se hizo un clásico universal porque no era europeo. Formuló una teoría del conocimiento antes que Paulo Freire difundiera su Pedagogía del Oprimido, antes que Franz Fanon hiciera su parte con Los condenados de la tierra, antes que Armand Mattelart y Ariel Dorfman, que Marshall Mac Luhan y Noam Chomsky le pusieran título a  la manufactura de los consensos. Antes que Michael Foucault describiera la socialización por los recursos represivos del Estado, Jauretche ya había definido los mecanismos y la intelligentzia que constituyen la “superestructura cultural del coloniaje”. Pero lo hizo en criollo. La academia no se lo perdonó. Y el establishment se lo cobró caro. El costo no fue la represión sino el anonimato, como quien dice: el ninguneo. Quienes sí sabían lo que Jauretche valía, eran los inquisidores del 76 y los criadores de la “teoría de los dos demonios”. Y lo convirtieron en un nuevo “desaparecido”. Igual que a los 30 mil, lo rescató la militancia. Y hoy es un estandarte del pensamiento nacional, popular, revolucionario y latinoamericano. Y el pensador nacional “preferido” por Cristina, que lo ha citado en el mundo entero, en Cuba… y en hasta en Wall Street. Desde 1976 hasta fines de la década del menemato, Arturo Jauretche fue metódica y sistemáticamente silenciado, cuando no injuriado y castigado: era el “maldito” por excelencia. Desde antes de 1976 sus libros desaparecieron de las librerías, sus ideas fueron eliminadas de la currícula de todas las carreras, su nombre olvidado en los más amplios espacios de la cultura; ni hablar de la UBA. Ello no impidió que existieran miles de ateneos, locales políticos, institutos que exaltaban sus formidables aportes al autoconocimiento cultural de las clases populares, tanto como sus ocurrencias, frases y sentencias demoledoras del sentido común inculcado por el colonialismo. Bajo la ceniza, en el subsuelo de la patria, permaneció encendida la brasa, ya que no hizo falta sino soplarla para sublevar nuevamente el fuego del pensamiento nacional; como él mismo, en poéticas estrofas, había presagiado. Hoy, en cualquier ámbito de la cultura nacional, suele llamárselo simplemente Don Arturo y ni falta hace mencionar su apellido.

Los que venimos charlando, conferenciando, escribiendo o simplemente recordándolo, frecuentemente recibimos las preguntas más incorrectas e incómodas de contestar: ¿Qué pensaría hoy Don Arturo de esto o de lo otro? ¿Cuáles serían las zonceras que AJ pondría en un nuevo Manual? ¿Qué diría de este proceso iniciado en 2003? ¿Cómo recibiría a los jóvenes militantes que en estos tiempos se suman a la política? Para salir del paso, uno responde: “- Primero, muchachos, menos preguntas y más trabajo; lean a Jauretche; porque lo importante no es sólo conocer su obra sino aprender a pensar como él”. Luego se da cuenta de que ¿no será necesario intentar una hermenéutica de su pensamiento? Es tanto lo que él mismo se ha explicado –en auxilio de nuestra modesta comprensión-, que queda muy poco por decir. Abundando sobre lo se que difunde –a veces equívocamente- buscaremos algunas definiciones puntuales elaboradas por el combatiente nacional Arturo Jauretche elaboradas, como él afirma, "a la luz vacilante del vivac", hace más de 40 años, que poseen asombrosa actualidad. No será cuestión entonces de ver qué diría Don Arturo, sino de escuchar lo que está diciendo. Son apenas unos pocos apuntes entre muchos otros.

Bien claro: “Desentrañada la trama de nuestro coloniaje económico, descubrimos que él se asentaba sobre el coloniaje cultural. Descubrimos que ambos coloniajes se apuntalan y conforman recíprocamente… (1962) Y más: “No hay soluciones parciales en materia económica y la salvación del país consiste en su emancipación económica, que no puede ser obra de un año y que necesita previamente una transformación espiritual para llegar a la comprensión de que las directivas a aplicarse son precisamente las inversas de las seguidas hasta ahora…” (1943)

Para que escuchen los buitres y sus servidores locales: “El señor Avellaneda dijo una frase que nos cuesta muy cara: ´La Argentina pagará ahorrando sobre el hambre y la sed de su pueblo´. Pues debe hacerse lo contrario. Primero, porque las cuentas que nos presentan son falsas; segundo porque las necesidades del pueblo están por encima de los derechos impuestos por los acreedores. Y sobre esa moratoria reinvertir en el país lo que hasta ahora son giros al exterior”. (1943)

Consejo a los que navegan a dos aguas: “Lo que llamamos voluntad nacional, es cosa distinta a la simple y ocasional suma de voluntades que se da en oportunidades electorales... Y no puede construirse desde arriba sino trabajando en el seno del pueblo...” (1944).  No importa donde están los votos ahora. Importa dónde estarán para ejecutar un programa. El que esté atento sólo a lo que piensa la gente hoy, se quedará al margen de lo que pensará la gente mañana y aquí está la clave para saber quién es dirigente o no”. (1959)

Oigan, jóvenes militantes políticos del presente: “El enfrentamiento de las generaciones es una cosa necesaria. Porque si los jóvenes carecen de la madurez que les reclamamos, nosotros carecemos de la adecuación a la realidad que ellos nos reclaman… Y no se asusten los viejos peronistas... Espero que contemplen este avance de la juventud con la alegría propia de nuestro movimiento… No se lamenten, tampoco, de que los recién venidos ocupen los primeros puestos de la fila, porque siempre es así: se gana con los nuevos, no con los antiguos... Esta marcha del movimiento va sobre las tumbas...” (1973)

Hacia una ética fundante del compromiso concreto: “El deber político de un luchador es servir las grandes líneas de su pensamiento, despreciando lo incidental y aceptando las consecuencias inevitables de toda acción constructiva. Es así como, en cada etapa de la vida nacional, he combatido por quien o quienes eran más capaces de acercarse concretamente a la realización de la empresa”. (1961)

Para esta hora de definiciones: “El país reclama una política nacional cuya grandes líneas fueron interrumpidas en 1955 y no es cuestión ya de imitarlas parcialmente, quedándose a mitad de camino, ni siquiera de reproducirlas. Desde aquella base hay que ir mucho más adelante, más definida y claramente. Y esto significa la guerra... Porque no hay conciliación posible entre los fines de la nación vistos en grandeza y los fines de la nación reducidos a un cálculo de mercachifles. Ni el peronismo ni el antiperonismo pueden ser obstáculo a la Nación… Hay que ubicarse pronto en el campo nacional si se quiere pertenecer a la nación y servirla. Porque una vez bien diferenciados los campos, nadie puede estar por confusión en uno si pertenece al otro, ni tampoco andar vacilando por la tierra de nadie”. (1965)

Concluye con su clásica humildad, en frase que parece escrita ayer: “Yo no me atrevería a decir estas cosas si no creyese que hay en los oyentes una predisposición para entender, si yo creyera que estoy hablando a un auditorio encerrado en lo que sabe como en una torre. No. Yo creo que estamos en un momento de gran curiosidad y que esa curiosidad está construida por muchas dudas. La curiosidad puede llevar al escepticismo, pero también a la fe. Tenemos que procurar que nuestra curiosidad nos lleve a que cada uno se convierta en promotor del descubrimiento de nuestra realidad”.

¿No sería incongruente si este ilustre militante popular y pensador nacional estuviera en desacuerdo con los gobiernos de los Kirchner? No podemos afirmarlo. Sin embargo, ¿qué tendría de raro? ¿Valdrá, al cabo de semejante fuerza en la exhortación jauretcheana a elaborar nuestros propios criterios de realidad, buscar socorro en referencias literales directas de Jauretche a los interrogantes de estas primeras líneas? ¿Alimentará Jauretche, el díscolo, el insurrecto, el revolucionario, nuestro pensamiento crítico ante los triunfos y adversidades de nuestra época? Es lo que él esperaría de nosotros. Jauretche es lealtad inalterable al proyecto nacional. Nunca nos perdonaría sacar los pies del plato. Pero igual no admitiría adhesiones “mogólicas”, propias de los “alcahuetes y adulones” que Perón denunció como parte de la corte de sus enemigos. Si nosotros citamos a Jauretche es para construir, para cooperar, para afirmarnos en nuestra identidad y defender nuestra personalidad.

Si alguno entre los que militan en el bando de los que añoran los 90, el Centenario, el país agroexportador o la mano dura; si ciertos ancianos que siguen creyéndose los demiurgos de la historia; si alguien de los que dan pábulo a las fábulas clarinescas de menosprecio y denigración de lo argentino ante el mundo… se permitieran el exabrupto de citar a Jauretche, y lo han hecho, no sería más que la trajinada dicotomía entre el discurso y la práctica.

No nos ofende; los descalifica. Nosotros no lo reivindicamos con discursos sino con hechos.

Porque, no lo olvide: el jauretchómetro es marca registrada del proyecto nacional y popular.






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