por Ernesto Jauretche
“A mi me abrió los ojos
ese tipo que decía
que todo era verso” Ciro, Los piojos
Arturo
Jauretche realizó política práctica desde el yrigoyenismo, incluyendo a FORJA,
hasta 1945 (con saldo discutible); participó por un único breve periodo de su
vida en la administración pública entre 1946 y 1951, y a la caída del gobierno
constitucional de Perón respaldó con sus producciones intelectuales el
desarrollo de la militancia de la Resistencia. Continuidad lógica del devenir
histórico, se sumó a la mal llamada Generación del 70 –que se desarrolló en los
60, cúspide de la producción jauretcheana- (con resultados que lo llevaron al
podio de los pensadores nacionales).
Ya en este
orden, su editor, el mítico, Arturo Peña Lillo, no sabemos si con mucho rigor
pero si con gran orgullo, decía: “Jauretche es un
pensador que se adelantó a su tiempo, y no se hizo un clásico universal porque
no era europeo. Formuló una teoría del conocimiento antes que Paulo Freire
difundiera su Pedagogía del Oprimido, antes que
Franz Fanon hiciera su parte con Los condenados de la tierra, antes que
Armand Mattelart y Ariel Dorfman, que Marshall Mac Luhan y Noam Chomsky le
pusieran título a la manufactura de
los consensos. Antes que Michael Foucault describiera la socialización
por los recursos represivos del Estado, Jauretche ya había definido los
mecanismos y la intelligentzia que constituyen la “superestructura
cultural del coloniaje”. Pero lo hizo en criollo. La academia no se lo
perdonó. Y el establishment se lo cobró caro. El costo no fue la represión sino
el anonimato, como quien dice: el ninguneo. Quienes sí sabían lo que
Jauretche valía, eran los inquisidores del 76 y los criadores de la “teoría de
los dos demonios”. Y lo convirtieron en un nuevo “desaparecido”. Igual que a los 30 mil, lo rescató la
militancia. Y hoy es un estandarte del pensamiento nacional, popular,
revolucionario y latinoamericano. Y el pensador nacional “preferido” por
Cristina, que lo ha citado en el mundo entero, en Cuba… y en hasta en Wall
Street. Desde 1976
hasta fines de la década del menemato, Arturo Jauretche fue metódica y
sistemáticamente silenciado, cuando no injuriado y castigado: era el “maldito”
por excelencia. Desde antes de 1976 sus libros desaparecieron de las librerías,
sus ideas fueron eliminadas de la currícula de todas las carreras, su nombre
olvidado en los más amplios espacios de la cultura; ni hablar de la UBA. Ello no impidió
que existieran miles de ateneos, locales políticos, institutos que exaltaban sus
formidables aportes al autoconocimiento cultural de las clases populares, tanto
como sus ocurrencias, frases y sentencias demoledoras del sentido común
inculcado por el colonialismo. Bajo la ceniza, en el subsuelo de la patria,
permaneció encendida la brasa, ya que no hizo falta sino soplarla para sublevar
nuevamente el fuego del pensamiento nacional; como él mismo, en poéticas
estrofas, había presagiado. Hoy, en cualquier ámbito de la cultura nacional,
suele llamárselo simplemente Don Arturo y ni falta hace mencionar su apellido.
Los que venimos
charlando, conferenciando, escribiendo o simplemente recordándolo,
frecuentemente recibimos las preguntas más incorrectas e incómodas de
contestar: ¿Qué pensaría hoy Don Arturo de esto o de lo otro? ¿Cuáles serían
las zonceras que AJ pondría en un nuevo Manual? ¿Qué diría de este proceso
iniciado en 2003? ¿Cómo recibiría a los jóvenes militantes que en estos tiempos
se suman a la política? Para salir del paso, uno responde: “- Primero,
muchachos, menos preguntas y más trabajo; lean a Jauretche; porque lo
importante no es sólo conocer su obra sino aprender a pensar como él”.
Luego se da cuenta de que ¿no será necesario intentar una hermenéutica de su
pensamiento? Es tanto lo que
él mismo se ha explicado –en auxilio de nuestra modesta comprensión-, que queda
muy poco por decir. Abundando sobre lo se que difunde –a veces equívocamente-
buscaremos algunas definiciones puntuales elaboradas por el combatiente
nacional Arturo Jauretche elaboradas, como él afirma, "a la luz vacilante
del vivac", hace más de 40 años, que poseen asombrosa actualidad. No será
cuestión entonces de ver qué diría Don Arturo, sino de escuchar lo
que está diciendo. Son apenas unos pocos apuntes entre muchos otros.
Bien claro: “Desentrañada la trama
de nuestro coloniaje económico, descubrimos que él se asentaba sobre el
coloniaje cultural. Descubrimos que ambos coloniajes se apuntalan y conforman
recíprocamente… (1962) Y más: “No hay soluciones parciales
en materia económica y la salvación del país consiste en su emancipación
económica, que no puede ser obra de un año y que necesita previamente una
transformación espiritual para llegar a la comprensión de que las directivas a
aplicarse son precisamente las inversas de las seguidas hasta ahora…” (1943)
Para que escuchen los buitres y sus
servidores locales: “El señor Avellaneda dijo una frase que nos cuesta muy cara:
´La Argentina pagará ahorrando sobre el hambre y la sed de su pueblo´. Pues
debe hacerse lo contrario. Primero, porque las cuentas que nos presentan son
falsas; segundo porque las necesidades del pueblo están por encima de los
derechos impuestos por los acreedores. Y sobre esa moratoria reinvertir en el
país lo que hasta ahora son giros al exterior”. (1943)
Consejo a los que navegan a dos aguas: “Lo que llamamos voluntad nacional, es
cosa distinta a la simple y ocasional suma de voluntades que se da en
oportunidades electorales... Y no puede construirse desde arriba sino
trabajando en el seno del pueblo...” (1944). No importa donde están los
votos ahora. Importa dónde estarán para ejecutar un programa. El que esté
atento sólo a lo que piensa la gente hoy, se quedará al margen de lo que
pensará la gente mañana y aquí está la clave para saber quién es dirigente o
no”. (1959)
Oigan, jóvenes militantes políticos del
presente: “El enfrentamiento de las generaciones es una cosa necesaria.
Porque si los jóvenes carecen de la madurez que les reclamamos, nosotros
carecemos de la adecuación a la realidad que ellos nos reclaman… Y no se
asusten los viejos peronistas... Espero que contemplen este avance de la
juventud con la alegría propia de nuestro movimiento… No se lamenten, tampoco,
de que los recién venidos ocupen los primeros puestos de la fila, porque
siempre es así: se gana con los nuevos, no con los antiguos... Esta marcha del
movimiento va sobre las tumbas...” (1973)
Hacia una ética fundante del compromiso
concreto: “El deber político de un luchador es servir las grandes líneas de
su pensamiento, despreciando lo incidental y aceptando las consecuencias
inevitables de toda acción constructiva. Es así como, en cada etapa de la vida
nacional, he combatido por quien o quienes eran más capaces de acercarse
concretamente a la realización de la empresa”. (1961)
Para esta hora de definiciones: “El
país reclama una política nacional cuya grandes líneas fueron interrumpidas en
1955 y no es cuestión ya de imitarlas parcialmente, quedándose a mitad de
camino, ni siquiera de reproducirlas. Desde aquella base hay que ir mucho más
adelante, más definida y claramente. Y esto significa la guerra... Porque no
hay conciliación posible entre los fines de la nación vistos en grandeza y los
fines de la nación reducidos a un cálculo de mercachifles. Ni el peronismo ni
el antiperonismo pueden ser obstáculo a la Nación… Hay que ubicarse pronto en
el campo nacional si se quiere pertenecer a la nación y servirla. Porque una
vez bien diferenciados los campos, nadie puede estar por confusión en uno si
pertenece al otro, ni tampoco andar vacilando por la tierra de nadie”. (1965)
Concluye con su
clásica humildad, en frase que parece escrita ayer: “Yo no me atrevería a
decir estas cosas si no creyese que hay en los oyentes una predisposición para
entender, si yo creyera que estoy hablando a un auditorio encerrado en lo que
sabe como en una torre. No. Yo creo que estamos en un momento de gran
curiosidad y que esa curiosidad está construida por muchas dudas. La curiosidad
puede llevar al escepticismo, pero también a la fe. Tenemos que procurar que
nuestra curiosidad nos lleve a que cada uno se convierta en promotor del
descubrimiento de nuestra realidad”.
¿No sería
incongruente si este ilustre militante popular y pensador nacional estuviera en
desacuerdo con los gobiernos de los Kirchner? No podemos afirmarlo. Sin
embargo, ¿qué tendría de raro? ¿Valdrá, al
cabo de semejante fuerza en la exhortación jauretcheana a elaborar nuestros
propios criterios de realidad, buscar socorro en referencias literales directas
de Jauretche a los interrogantes de estas primeras líneas? ¿Alimentará
Jauretche, el díscolo, el insurrecto, el revolucionario, nuestro pensamiento
crítico ante los triunfos y adversidades de nuestra época? Es lo que él
esperaría de nosotros. Jauretche es lealtad inalterable al proyecto nacional.
Nunca nos perdonaría sacar los pies del plato. Pero igual no admitiría
adhesiones “mogólicas”, propias de los “alcahuetes y adulones” que Perón denunció
como parte de la corte de sus enemigos. Si nosotros citamos a Jauretche es para
construir, para cooperar, para afirmarnos en nuestra identidad y defender
nuestra personalidad.
Si alguno entre
los que militan en el bando de los que añoran los 90, el Centenario, el país
agroexportador o la mano dura; si ciertos ancianos que siguen creyéndose los
demiurgos de la historia; si alguien de los que dan pábulo a las fábulas
clarinescas de menosprecio y denigración de lo argentino ante el mundo… se
permitieran el exabrupto de citar a Jauretche, y lo han hecho, no sería más que
la trajinada dicotomía entre el discurso y la práctica.
No nos ofende;
los descalifica. Nosotros no lo reivindicamos con discursos sino con hechos.
Porque, no lo
olvide: el jauretchómetro es marca registrada del proyecto nacional y popular.