por Iciar Recalde
“Padre Carlos que estás en los cielos, y
en las barriadas humildes, tu mensaje son mis piernas y tu sueño mi sangre.” ("Carlos Mugica",
Tercera Posición: Rock nacional y popular)
Un
once de mayo de 1974, es ametrallado a quemarropa por los esbirros de la
Argentina semicolonial tras su salida de la parroquia San Francisco Solano en
Mataderos, el Padre Carlos Francisco Sergio Mugica Echagüe, el padrecito Mugica, abanderado de los humildes.
La figura de Mugica, como las de Miguel Ramondetti, Jorge Goñi, Héctor Botán,
Enrique Angelelli, entre otros, fue expresión de la profunda convulsión
acontecida en instituciones de extensa tradición en nuestro país, como es el
caso de la Iglesia católica. En este sentido, recordar a Mugica en la
actualidad supone en principio, un ejercicio crítico de corrosión de la
tradición liberal de izquierda anticlericalista fuertemente asentada en los
modos de interpelar el rol de la Iglesia en la Argentina. De impronta
conservadora y atada a los dictados colonialistas del Vaticano, la Iglesia sin
embargo, corrió las venturas (y las desventuras) del Movimiento Nacional en su
conjunto. Fue Juan José Hernández Arregui uno de sus más lúcidos analistas,
cuando estipuló que el catolicismo en nuestro país, por la estructuración de
las clases sociales y por tradición histórica, era liberal y había operado casi
sin solución de continuidad como instrumento de la oligarquía y el imperialismo
hasta la llegada de Juan Domingo Perón al poder. Apoyándolo, pero no al contenido
popular del Movimiento -a medida que Perón se nucleaba en los trabajadores, la
Iglesia se alejaba del Movimiento- iría prefigurando su posición como institución
política a favor del Golpe de Estado del año 1955 tras la figura de Lonardi,
hombre fuerte de la Iglesia, en alianza con la oligarquía fogueada por el extranjero,
la gran Prensa, la Universidad y los manuales de historia mitromarxista, los
comunistas y socialistas argentinos y la Sociedad Rural. La contrarrevolución
acontecida en 1955 puso en jaque a la institución –como al país en conjunto-, haciéndola
entrar en un proceso de conmoción interna donde varios de sus factores, sobre
todo los nacionalistas, comenzaron a revisar el error histórico cometido frente
al país. Es en este período cuando la Iglesia comienza a expresar tendencias
radicalmente antagónicas: la del cristianismo liberal a favor de la clase
dominante y, aunque minoritaria, la del social cristianismo que decantará, entrada la década de 1960, en el Movimiento
de Sacerdotes para el Tercer Mundo, que comenzará a vislumbrar que su rol se
juega en el proyecto de liberación nacional vehiculizado por las masas
peronistas.[1] En
este contexto, y como producto del proceso de ascenso de la conciencia nacional
de los argentinos, nace a la vida política el padre Mugica. La caída del
gobierno popular y la proscripción de las masas de la escena política nacional
fracturará la cosmovisión liberal de Mugica -atada por su formación y su
condición de clase acomodada a los cánones de una Iglesia de espaldas al país-,
obligado por las circunstancias históricas y por el deber de posicionarse como
argentino junto al Pueblo peronista perseguido por haberse atrevido bajo la
conducción de Perón, a romper los lazos de la dependencia. Su labor de crítica
descolonizadora en las villas miseria y de reactualización en clave tercerista
del texto bíblico, partió de la asunción
de que el Peronismo representaba un momento particular de la conciencia
histórica antiimperialista de los argentinos y de que el nacionalismo en las
semicolonias latinoamericanas era el eslabón primero de cualquier intento serio
de revertir esta situación. Lo había vislumbrado en términos teóricos Hernández
Arregui cuando afirmaba que el nacionalismo debía ser concebido en los países
dependientes con un contenido distinto al europeo. Éste nacionalismo “ofensivo”
había surgido durante el siglo XIX estrechamente vinculado con el desarrollo y
la expansión del sistema capitalista a nivel mundial, proceso que condenaba al
Continente latinoamericano a la miseria y al saqueo indiscriminado de sus
recursos naturales. Como resultado de la división internacional del trabajo, la
Argentina en tanto exclusiva productora de materias primas sería subsidiaria de
sus amos externos: el imperialismo británico en principio, el imperialismo
norteamericano y sus socios locales después. El nacionalismo adquiría aquí otro
matiz, de carácter intrínsecamente defensivo que se plasmó por primera vez en
un proyecto concreto durante las gestiones de gobierno peronista que llevaron
adelante la industrialización del país. Sin industria, la Argentina no tendría
Independencia económica, base de la Soberanía nacional y de la Justicia social
y sin Soberanía nacional, no existiría Autonomía cultural. En ese orden y sin vacilaciones.
Mugica lo vislumbró con claridad cuando señaló que el dilema para Argentina y
América Latina era radical: o hacía su revolución nacional o el imperialismo
remacharía los anillos opresores a fin de retardar la Liberación mundial de los
pueblos oprimidos. Y Dios, agregaba, no vive en el Vaticano sino en el corazón
y en la lucha de los humildes, de los condenados de la tierra. Legado que
continúa señalando un camino: cuando las banderas nacionales vuelven a surgir
por entre los escombros de la Patria devastada y Argentina se adueña de su
economía y de su política nacional, la palabra y la acción de Mugica están más
vivas que siempre: "Yo sé, por el
Evangelio, por la actitud de Cristo, que tengo que mirar la historia desde los
pobres, y en Argentina la mayoría de los pobres son peronistas."
Notas
1-Hernández Arregui estipulaba que una Iglesia
al servicio de los intereses nacionales podía jugar un rol fundamental en el
proyecto de liberación nacional por su influencia en el Ejército, de fuerte
tradición católica. Creía que la Iglesia podría coadyuvar al reencuentro de las
Fuerzas Armadas con el movimiento nacional, fusión imprescindible para la emancipación,
en tanto brazo armado de la voluntad nacional y de la industrialización del
país (basta recordar que fueron militares como Savio, Mosconi y Baldrich,
quienes llevaron a cabo los planes siderúrgicos). Las FFAA como la Iglesia,
deberían, al decir de Arregui, poner la patria por encima de todo y en el caso
de la primera, retomar la tradición popular y latinoamericana de nuestros
ejércitos emancipadores.