Iciar Recalde, junio 2016
Francisco es argentino. Esta afirmación, lejos del gesto
vacuo de un nacionalismo ritualista, propone vislumbrar en los principios que
aporta como solución posible a los problemas dramáticos de la humanidad, las
huellas genéticas de una identidad que desde los orígenes del mestizaje
iberoamericano del que provenimos y a lo largo de la historia, han aportado
formas orgánicas liberadoras como la comunidad, la familia y un tipo de hombre
que se erigen en mensaje de Argentina para los pueblos del mundo por parte de
un predicador que sabe poner “un oído en el pueblo” para devolverle sentido
verdadero a preguntas que interpreta de la realidad concreta. (Evangelii
Gaudium 154)
Hay que decirlo: el mensaje y la tarea de Francisco
actualizan una misión que estaba contenida en su identidad, a partir de la
forja inescindible de su fe, su formación y su cultura en tanto ser argentino.
Su prédica brota como salida al mundo desde las bases culturales fundamentales
de Nuestra América: la labor de los jesuitas sobre los guaraníes, pasando por
Medellín, Puebla, Aparecida, anclan inagotables en su profundidad e
inabarcables por sus alcances futuros, el pensamiento y la acción de Francisco.
Aquí, vale destacar algunos aspectos de su tarea pastoral: en principio, su
carácter histórico-geográfico filiado a este rincón del planeta que se llama
Argentina desde 1604, ya en el poema "La Argentina" de Del Barco
Centenera y que se proyecta hacia la universalización en un camino de salida a
la periferia del mundo actual sumido en una tercera "guerra mundial de a
partes." En segundo lugar, su llamado a transformar la
"libertad" individualista y materialista moderna en una forma de
libertad puesta en función social, destinada a la alteridad del sufriente. Y
por último, su apelación a recuperar la unidad ontológica del hombre de cuerpo
y alma, de unidad en comunidad como fórmula de posicionamiento frente a una
contracultura que, tensándolo entre extremos dualistas, lo sume en la
rapidación de la tecnología y el consumo, condenándolo a la destrucción total
de su propia casa.
“Id y haced que todos
los pueblos sean mis discípulos” (Mateo, 28)
Nuestra patria tiene desde su constitución real algo para
decir al mundo: esta es una hermenéutica absolutamente constatable que permite
entender el rol de Francisco en un fluir común con ideas como las de un
“sentido misional de la conquista de América” que expresa Vicente Sierra o de
sentido de la “irrupción de América en la historia” de Amelia Podetti.
Francisco expulsa de la comodidad liberal, exhortando a conformar una Iglesia
en salida (Evangelii Gaudium 19) como misión hacia la periferia de la
existencia, de las personas y de las comunidades. Este salirse, esta búsqueda
de uno mismo en la milicia peregrina de la vida a través del encuentro con el
otro sufriente, habilita el retorno transfigurado por obra del servicio. Es el
itinerario modélico de los hombres que encontramos en nuestro Martín Fierro,
tercero excluido aprisionado entre el malón y los poderes oligárquicos. Es
también el itinerario de los Pueblos fieles. No es sólo la reintroducción del
problema del otro sufriente en la realización comunitaria del uno mismo, sino
también la salida de Argentina al mundo que se termina de cerrar en 1492 y la
salida de la Iglesia hacia la intemperie en la hora de los pueblos.
En un mundo que "ya no se aguanta", en estado
alarmante de injusticia y en guerra por la obscena apropiación de los recursos,
Francisco no cesa de ser argentino y proclama la recuperación de la fe en la
reconstrucción del hombre y la familia, donde se produce la mediación de la
solidaridad, verdadero problema de poder de trascendencia histórico-social
imbuido en el amor servicial al que menos tiene. No hay autoridad política, ni
trabajo político posible, si no es con los hombres y con los pueblos. La
verdadera conducción encuentra en la fidelidad de los pueblos la respuesta: eso
ha sido nuestro 17 de Octubre con las patas en la fuente.
Reconstruir la Unidad, rescatar al hombre de su
insectificación, transformar la masa en Pueblo caminante: una dignidad
inviolable, una fe compartida, una participación real y directa en la unidad
que es superior a la mera suma de las partes. Esto no se da sin tensiones
aunque la historia del hombre es la historia de un compuesto: en el tiempo pero
no en desesperación por los lugares y los cargos, en unidad pero sin
acobardarse frente a los conflictos, como un todo y no desde partidismos
divisionistas, desde la realidad vivida y no desde los ideologismos.
El problema antropológico fundamental es si el hombre, como
compuesto, es todos los hombres y construye un mundo según un modelo de
democracia en tal sentido (con los Pueblos adentro) o si el hombre es solamente
materia y esta denominación representa a una capa oligárquica de hombres y
construye un mundo según un modelo de democracia falsa que excluye simulando
participación. Éste último modelo, enfrentado desde el principio de los tiempos
al modelo de los pueblos, no puede vencer, está herido de muerte porque tarde o
temprano de torna destructivo: “Muchas cosas tienen que reorientar su rumbo,
pero ante todo la humanidad necesita cambiar. Hace falta la conciencia de un
origen común, de una pertenencia mutua y de un futuro compartido por todos.
Esta conciencia básica permitiría el desarrollo de nuevas convicciones,
actitudes y formas de vida. Se destaca así un gran desafío cultural, espiritual
y educativo que supondrá largos procesos de regeneración.” (Laudato Si)
La Argentina tiene una misión originaria, noble, pacífica e
iluminadora en relación con el mundo. Una misión de justicia, por eso el
ensañamiento explícito de los poderosos de adentro y de afuera con Su Santidad.
En 1945, decía Churchill: “No dejemos que la Argentina sea una potencia,
arrastrará tras de sí a toda América Latina. La estrategia es debilitar y
corromper por dentro a la Argentina.” Estamos frente al dilema de hierro de
siempre. Francisco está marcando el camino de un destino común: "El
Planeta como Patria y la Humanidad como Pueblo." Lo lograremos