viernes, 5 de agosto de 2016

Tierra, techo y trabajo


Juan Grabois*

En la esquina de mi casa hay una verdulería. Antes pasaba un paisano en una chata desvencijada a buscar las sobras para los chanchos. Últimamente veo señoras sin camioneta, pero con los pibes a cuestas. Cuando miro para saludar -en mi barrio la gente todavía se saluda-, bajan la cabeza. Lo que rescatan no es para los chanchos.
La Argentina no está bien. Tampoco lo estaba hace un año ni hace diez. Pero hoy está peor. Falta pan. El espectáculo ha creado una falsa grieta mientras la verdadera se ensancha cada día. La fractura que se profundiza en nuestra sociedad, silenciosa como el movimiento de las placas tectónicas, no se televisa ni se tuitea. Sin embargo, desde el subsuelo de la patria, los descamisados hacen oír su grito, un clamor que se sintetiza en tres palabras que universalizó el papa Francisco y son ya bandera de lucha para millones de excluidos en todo el planeta: tierra, techo y trabajo. De eso se trata la movilización del domingo.
Cualquier persona de buena voluntad, en el campo o la ciudad, desea que sus hijos tengan un techo digno y puedan realizarse a través del trabajo o cultivando la tierra. El sistema en el que vivimos no ofrece oportunidades para satisfacer ese anhelo tan básico ni perspectivas para las futuras generaciones. La exclusión tiene un sustrato estructural en un mundo donde el dinero reina en lugar de servir. De eso queremos hablar nosotros.
La integralidad del programa de las 3T que enarbolamos (tierra, techo, trabajo) combina las necesidades inmediatas de los humildes con la perspectiva estratégica de la política con mayúscula, esa que no se reduce a la disputa partidaria y busca construir la Argentina grande que soñó San Martín desde la práctica cotidiana de la solidaridad.
Hay una dinámica entre pan y trabajo profundamente enraizada en nuestra cultura popular que se manifiesta en la devoción por San Cayetano. El pan de la filantropía se come con vergüenza, bajando la cabeza. El trabajo en todas sus formas, aun aquellas no reconocidas, tiene un valor que no se agota en parar la olla. Es lo que algunos llaman su dimensión subjetiva. Dignifica.
Son justamente esos trabajadores sin derechos, desvalorizados y hostigados los que salen a la calle el domingo e interpelan a la sociedad con la creatividad inagotable de la economía popular: cartoneras que recuperan el descarte; costureras que confeccionan lo que compramos en La Salada (y los shoppings); horticultores que cultivan las verduras que todos comemos; obreros de empresas recuperadas que salvan las fábricas del abandono; constructores que edifican viviendas para los que no son sujetos de crédito; feriantes que alegran las madrugadas en las villas; trabajadoras comunitarias que alimentan niños en merenderos y rescatan jóvenes en las comunidades terapéuticas; comunicadores populares que cuentan lo que otros callan; campesinos e indígenas que custodian la naturaleza produciendo alimentos.
Ninguno de ellos -ni los que están organizados ni los que se la rebuscan solos- quiere volver a cortar una ruta por un bolsón de comida ni hurgar en la verdulería. Quieren seguir haciendo lo que hacen: trabajar. Y merecen los mismos derechos que cualquier otro trabajador. La Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) reclama su inclusión laboral y un salario social complementario para que ninguno esté bajo la línea de pobreza.
La paz está en peligro cuando escasea el pan y se complica el trabajo. Luchamos desde la memoria histórica de nuestro pueblo porque queremos paz. Luchamos, ayer y hoy, porque rechazamos tanto la manipulación política del sufrimiento ajeno como la represión de los reclamos populares. Los movimientos queremos pan para hoy, pero no hambre para mañana: tenemos reclamos inmediatos, pero también una utopía que proponer, que contempla la reforma agraria, la integración urbana y la inclusión laboral. Marchamos por una sociedad sin esclavos ni excluidos, con tierra, techo y trabajo para todos.



* Cofundador de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular, consultor del Consejo Pontificio de Justicia y Paz

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