Mario Bertellotti, 1° de
febrero de 2016
Ante la derrota electoral que sufrimos a nivel nacional y
en algunas provincias y municipios estratégicos y ante la brutal ofensiva que
desde esos gobiernos están llevando adelante quienes ganaron, creo más que
nunca, que se hace imprescindible adoptar como guía de conducta presente y
futura, el consejo de Martín Fierro: “los hermanos sean unidos, porque esa es
la ley primera, tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea, porque si
entre ellos pelean, los devoran los de ajuera”. Así como la enseñanza de Jesús,
para analizar por qué no logramos ganar y seguir gobernando: “el que esté libre
de pecados que tire la primera piedra”.
Porque tenemos que ser conscientes que, cuando se gana,
ganamos todos los hermanos que nos sentimos parte de la cultura política
nacional y popular que tiene al peronismo como su núcleo articulador; pero a la
que también dan vida otras expresiones de origen radical, desarrollista,
socialcristiano, de izquierda nacional, etc., abarcando una amplia diversidad
que va desde el conservadorismo popular al progresismo nacional. Y que cuando
se pierde, no gana nadie, perdemos todos los hermanos que nos identificamos de
una u otra forma con lo nacional y popular en su amplia diversidad.
Por ello, contradiciendo lo que muchos compañeros creen,
razón por la cual se satisfacen acusando o exculpando de la derrota a tal o
cual dirigente según sean sus simpatías o antipatías, los derrotados no fueron
solamente Daniel Scioli y/o Cristina Kirchner, ni siquiera el “peronismo” y/o
el “kirchnerismo”.
Creo que el problema es de mayor dimensión: los
derrotados fueron la nación y el pueblo argentino en la aspiración de continuar
su desarrollo buscando más soberanía política, más independencia económica y
más justicia social, tal como ocurrió en los últimos doce años.
Y con ello, también fue derrotada la iniciativa de
construir una unidad continental industrial de América del Sur que esté puesta
al servicio de una integración universal de la civilización, organizada a su
vez en beneficio de la felicidad de los pueblos de cada una de las naciones de
todos los continentes; tal como la soñó el General Perón en el pasado y en la
actualidad la impulsa el Papa Francisco.
Porque el que ganó es Mauricio Macri, una máscara
política que logró ser percibida por poco más de la mitad de los argentinos
como un cambio que expresaba algo nuevo; pero que en realidad es la
reencarnación genuina de la vieja cultura política liberal conservadora
argentina, la que representa los intereses de los grupos económicos y
mediáticos concentrados nacionales e internacionales, ya que con ese perfil
formó su gabinete y está gobernando.