Alberto Buela (*)
Todo el mundo sabe que el término argentina
viene de latín argentum que significa
plata. De allí se deriva el término argentinus,
pero lo que no se sabe o se sabe poco, es que en buen latín no se empleaba el
término argentinus sino los términos argentarius, argentatus, argenteolus,
argenteus, argentosus, pero nunca argentinus.
De modo tal que el nombre de argentinus es una creación del latín
hablado y escrito en Lima y no en
Europa.
Cuando el poeta Martín del Barco Centenera
escribe su poema Argentina, en 1587 y
publicado en 1062, al modo como Ercilla escribió su Araucana en 1569, toma el término para usarlo por rioplatense, del
latín jurídico y eclesiástico del Alto Perú, donde estuvo entre 1581 a 1590.
Así a la Ciudad de la Plata, luego Charcas, más tarde Chuquisaca y hoy Sucre,
se la denominaba Civitas argentina, también
denominada en otros documentos como Civitas
argentea; Urbs argentea o simplemente Argentopolis
o Argentea. La cancillería Real de Charcas se denominaba Cancellaria argentina. Hablando del
Concilio provincial de Lima de 1583, Toribio Alfonso Mogrobejo menciona al
obispo de Charcas, Alfonso Graneros, como argentinus
vel charcaorum (argentino o de los Charcas).
Pero de donde pudieron tomar los letrados del
Perú el uso de argentinus. Plinio en
su Historia Natural registra entre
los pueblos de Calabria, sur de Italia, a los argentini (los argentinos) que eran de la región de Argentanum mencionada también por Tito
Livio.
Pero si seguimos el uso del término
encontramos que San Agustín habla de un dios romano Argentinus, el dios de las monedas de plata a quienes encomendaban
los niños al nacer.
Luego encontramos a partir del siglo VII en
Francia la ciudad Argentomagus, denominada
Argenton- sur Creuse.
En la actual Bosnia había una población romana
llamada Argentina designada en su
lengua como Swornick.
Pero lo más importante es el nombre latino de
la ciudad de Estrasburgo, Argentoratum o
Civitas Argentina, nombre que llega hasta la época moderna. La orden
franciscana tuvo su convento principal en Alemania allí, denominándose por
extensión toda la región como Provincia
Argentina, que abarcó la Alta y Baja Alemania, Bélgica y Suiza. La Reforma
protestante de siglo XVI y la crueldad luterana arrasó con todo el trabajo
franciscano y con su Provincia argentina.
No obstante las terribles dificultades
pasadas, encontraron los resignados franciscanos pocos años después premio a
sus esfuerzos en otra Civitas argentina, pero
esta vez en América, en la Ciudad de la Plata en el sur de Bolivia.
Una última observación. Juan Díaz de Solís,
que era el piloto mayor del Reino de España, es el primer navegante europeo que
surca las aguas del Río de la Plata, denominado por él como Mar dulce. Como en
sus riberas perdió la vida, sus hombres lo denominaron Río de Solís, nombre que
adoptó España.
En 1521 un marino español al servido de
Portugal encuentra a náufragos de la nave de Solís y regresa a Portugal
llevando objetos de plata y oro del Rio
da Prata.
A partir de la expedición de Sebastián Caboto
en 1526 comienza a hablarse en España del Río de la Plata. Y en 1530 el
embajador español en Lisboa informa que “una armada portuguesa va a descubrir
el Río de Solís o de la Plata como acá lo llaman”.
Vemos una vez más como la guerra semántica es
la primera de las guerras que se pierde, después vienen las otras. Así la
cancillería portuguesa, empeñada en negar la prioridad a Solís en el
descubrimiento, va ha denominar sistemáticamente Rio da Prata al Río de Solís, para poder reclamar derechos de
descubrimiento y por ende de posesión.
Las capitulaciones entre Carlos V y Pedro de
Mendoza en 1534, hablan invariablemente del “Río de Solís, que llaman del
Plata”. La expedición decidirá el pleito a favor de Castilla, pero se impondrá
el nombre adoptado por la corona de Portugal.