miércoles, 7 de diciembre de 2016

¡El toro por las guampas!

Iciar Recalde - diciembre 2016

Revista Patria y Pueblo, Socialistas de la Izquierda Nacional, Buenos Aires, Noviembre de 2016

Alcanzó a susurrar el surubí al camalote: “No me dejo llevar por la inercia del agua/ y remonto el furor de la corriente/ para encontrar la infancia de mi río”, escribe Don Leopoldo Marechal en su Poética. El que avanza, retrocede y el que retrocede, avanza. Quizás esté cifrado aquí el camino que Marechal trazaba para una posible lectura del devenir del movimiento nacional, de sus desafíos y posibilidades. Un pez que navega contra la corriente en busca de la infancia del río, es decir, de un centro primordial, de un lugar donde la verdad del pueblo refulge, siempre, victoriosa. Hay más en Megafón: la Patria es “un animal viviente” que se retuerce en expansión y exaltación: “Usted habló recién de un pueblo “sumergido”, y yo diría que la verdad es más alegre. Cierto es que la vieja peladura lo ciñe y ahoga exteriormente; pero la Víbora ya construyó debajo su otra piel. De modo tal que ahora, mientras los figurones externos consuman la muerte de una dignidad y la putrefacción de un estilo, la piel externa de la Víbora quiere salir a la superficie y mostrar al sol sus escamas brillantes. “¿Y quién es la Víbora?”, inquirí en mi falso desconsuelo. “La Patria”, dijo Megafón.”
Voz colectiva del subsuelo de la patria, Megafón desnuda la naturaleza de la traición de la oligarquía cuya supervivencia depende de que el imperialismo la sostenga de las agallas. En su “horizonte mental”, explica, no cabe una noción de Patria, tampoco la rapsodia de sus destinos posibles vinculados al bienestar del país. Sucede que la oligarquía y el pueblo son enemigos históricos irreconciliables: cuando nosotros defendimos la soberanía, ella entregó el patrimonio nacional al extranjero; cuando fuimos sanmartinianos, bolivarianos, federales, fue rivadaviana y salvaje unitaria; cuando fuimos yrigoyenistas, peronistas, fue golpista y genocida. Con la oligarquía no hay negocio ni convivencia posible, sino capitulación.
 Así, todo combatiente nacional sabe que en la víspera de la “Gran Batalla” se produce el vacío, como manifiesta Megafón: “Lo malo es que soy un hombre de anteayer y un hombre de pasado mañana”, que está “entre dos noches: la de atrás con un sol muerto y la del frente con un sol que no asoma todavía.” Y, fundamentalmente, sabe que en la lucha final contra el enemigo histórico de la Nación aparece el problema entre las vanguardias y las retaguardias. Pero está prevenido por la revelación que le hizo el brujo de Atamisqui: “La última vanguardia es útil cuando se relaciona con la primera vanguardia.” Y la primera vanguardia, la primordial, la infancia del río buscada por el surubí, es la fuente del sentido, la que hace que valga la pena vivir y morir por rescatar a la Patria de los que la mancillan y malvenden. Allí está el germen de todas las victorias del pueblo, único guardián del secreto de los símbolos que ocultan su destino de grandeza. Megafón, “con los dientes rotos de morder simbolismos” de “dura la cáscara y jugo difícil”, piensa que ha llegado la hora de desatar los furores que relampaguean en los adentros del pueblo y entonces clama: “¡Quiero agarrar el toro por las guampas!” Preso, torturado, diezmado, descuartizado, Megafón ha triunfado, lisa y llanamente, porque los derrotados eventualmente, nunca saldrán vencidos en el combate sin cuartel por la emancipación nacional y estarán, otra vez, convocados a la invencible esperanza: “Sea como fuere, todo aquí está en movimiento y como en agitaciones de parto. ¡Entonces, dignos compatriotas, recomencemos otra vez!” Expresa manifestación de una inquebrantable fe en el país. Igual a la nuestra.

I. En la huella, aunque el imperialismo venga degollando
Hay quienes se sorprenden hoy de las atrocidades del neocolonialismo gobernante como si fuese un fenómeno parido en diciembre del 2015 sin antecedentes en el país. Similar a la visión cuanto menos pueril de los que predicaban hasta hace no mucho un supuesto irreversible del proceso iniciado en el 2003. Sucede que con un poco de conciencia histórica del devenir del movimiento nacional, sabemos que no puede esperarse la menor garantía del régimen, esa zoncera demoliberal de que “ojalá que al gobierno le vaya bien”, cuando el conflicto que nos atraviesa es antagónico, como son antagónicas las disputas por la renta nacional: si no se beneficia el pueblo es porque las corporaciones se la llevan toda, si no se gobierna explícitamente a favor de los sectores populares se lo hace implícitamente para los poderosos. Y además, no es un partido parejo: el árbitro juega para ellos.

 El Modelo de desarrollo diagramado en diciembre del 2015 beneficia a los eternos verdugos del pueblo argentino: por un  lado, al grupo de los grandes terratenientes y exportadores agrícolas a los que se favoreció a través de la devaluación de nuestra moneda generando una inflación acelerada que acrecentó sus ganancias. Por otro, a  las empresas oligopólicas de servicios e importadoras de productos extranjeros, a las que se les permitió aumentar exponencialmente las tarifas. Y a un tercer actor, el capital financiero especulador imperial al que el cipayismo premió con la toma de deuda. En estos 11 meses, la infamia de la oligarquía gobernante emitió 16.500 millones de dólares para sufragar a los Fondos Buitres, eliminó los límites para la adquisición de dólares con su consecuente fuga de divisas y  timba financiera, permitió al Banco Central tomar un préstamo puente de 5.000 millones de dólares a una tasa cercana al 7 % en dólares, a las provincias acrecentar una deuda que ya superó los 8.200 millones de dólares… Los trabajadores, el pueblo humilde, las Pymes, la pequeña empresa nacional, con la daga al cuello. Se han perdido 300.000 puestos de trabajo y existen más de 1 millón de nuevos pobres. La reprimarización de la economía profundiza la condición semicolonial de nuestro país vía apertura económica, una deuda superior a los 32.000 millones de dólares, la caída de los salarios y del consumo, la suba de los servicios públicos y la recesión económica internacional que firma el acta de defunción de la industria nacional. Frente a este panorama desolador para las organizaciones libres del pueblo y para la supervivencia del patrimonio nacional de los argentinos, también para nosotros la verdad es más alegre porque como Megafón, nuestra vida política se forja en la batalla, camino jalonado de infortunios pero también de grandes conquistas. Entonces, ¿qué queda del Movimiento nacional? Todo: es la Patria.


II. Algunos yerros, muchas bravuras
En la historia de la liberación nacional ninguna lucha se pierde totalmente. Muta, transfigura, y lo que ayer fue acción patriótica, hoy deberá transformarse en conciencia nacional, popular y antiimperialista para que mañana troque en política nacional independiente. A la ocupación espiritual y material efectuada por el extranjero y sus socios locales, nosotros la enfrentamos con redención de nuestra conciencia histórica, base de la formación de una voluntad emancipadora. En tal sentido, digan lo que digan los predicadores de la negación y defenestración del movimiento obrero organizado como columna vertebral del movimiento nacional, los trabajadores y sus organizaciones, como siempre en la historia del país, sacarán la patria de la ignominia colonial. Si entramos prepotentemente en la historia un tumultuoso 17 de octubre de 1945 fue para no irnos nunca más. “Yo nunca me metí política, siempre fui peronista”, condensó el genio de Favio retomando tanta pena y olvido de Osvaldo Soriano. Hay que decirlo: si fuimos peronistas y si seguimos siendo peronistas a pesar de agachadas y deslealtades múltiples, es porque no conocimos nada mejor y tenemos la certeza de que cualquier identidad que aspire a representar los intereses nacionales y de las mayorías, volverá a pensar en los mismos términos históricos que supo comprender y realizar el General Perón: soberanía política, independencia económica, justicia social, Patria Grande. Y volverá a recuperar su institución permanente, el movimiento obrero organizado, motor del todo social, políticamente flexible cuando la realidad lo demandó, pero ideológicamente intransigente cuando las papas quemaron, con algunos yerros comunes a todos los actores de la lucha política argentina pero, esencialmente, con  muchas bravuras: La Falda y Huerta Grande, la CGT de los Argentinos, el sostén de Rucci al Pacto Social, los 26 puntos para la Unificación Nacional de Ubaldini, el MTA durante el menemismo, el enfrentamiento con las patronales rurales durante el conflicto con la 125…
 Con el afán de obturar la necesaria consustanciación entre movimiento nacional y movimiento obrero, los miopes de hoy se rasgan las vestiduras confinándolo todo, multiplicidad de actores y organizaciones, a la “burocracia sindical.” ¡Paparruchadas! Que sobran bravuras en la historia del movimiento obrero organizado. Lamentablemente, son los mismos actores que ansían estallidos sociales, cuando otros predicamos tiempo, el tiempo necesario para la reconstrucción de los lazos de solidaridad interna que permitan el surgimiento de la unidad de programa y acción. El tiempo de los trabajadores de carne y hueso que no están en los libros y que no correrán detrás de las urgencias dictadas por las vanguardias iluminadas, ni por los retardatarios de las roscas y los negocios. La historia es aleccionadora al respecto: la fragmentación y desmovilización del movimiento nacional no es consecuencia del triunfo electoral de la oligarquía, sino a la inversa: la fragmentación y desmovilización del movimiento nacional que se operó durante los últimos años desde la conducción del movimiento nacional nos llevó a la tragedia que viene mostrándole  día a día en sus ribetes más aciagos. El 2015 nos encontró desunidos y dominados. El movimiento nacional estaba dividido, por eso la aristocracia del dinero avanzó. Esa es la única verdadera “pesada herencia” que parimos, la de haber desertado de la necesidad de conformar un sólido frente nacional contra el enemigo de la Patria y del Pueblo.

Estamos porfiadamente a tiempo: la única salida a la encerrona actual es la organización de los caminos de unidad que permitan la reconstrucción del movimiento nacional con protagonismo obrero y popular y con programa de emancipación.

III. No hay peor astilla que la del mismo palo
La unidad nacional es de todos los sectores enfrentados, en mayor o menor medida, a la oligarquía gobernante ligada al imperialismo que la comanda, como reaseguro de la conformación de un gran frente patriótico que no tiene como objeto meramente la suma de voluntades electorales pasatistas de cara al 2017 o al 2019, sino esencialmente, la forja de una posición nacional que nos permita abordar nuestros problemas estructurales con criterio argentino y acordar un programa de emancipación para el corto, mediano y largo plazo.
 Sólo un Proyecto Nacional unifica. Si se carece de Proyecto de país no se sabe quién es el verdadero enemigo y aparecen falsas disputas entre hermanos. Cuando un país no forja su proyecto, o sea, su propia historia anticipada, está en el proyecto de otro del cual dependerá. En el poder no hay vacío que no se llene.  En la actualidad, sin una base de unidad doctrinaria que vertebre intereses básicos de conjunto, difícilmente consigamos unidad de acción. Sin la presencia activa y medular de los trabajadores y sus organizaciones sindicales, sin la participación de aquellos actores con representación territorial ligados al Partido Justicialista, sin reconocer los doce años de avances y la importancia de Cristina Fernández que nuclea sectores externos al peronismo, y sin ponderar todo un amplísimo conjunto de organizaciones libres del pueblo, sociales, deportivas y culturales, difícilmente logremos darnos una nueva estrategia de poder para conquistar la voluntad popular perdida que optó por una propuesta nefasta frente a la que, indudablemente, no pudimos ofrecer algo superador, fraccionados y sin programa nacional que interpelase los verdaderos anhelos y las necesidades concretas de nuestro pueblo. Sin dudas, esto requerirá nuevos liderazgos o liderazgos más amplios que los que hoy se invocan, o al menos colegiados. Si en lugar del trabajo de base, la línea de muchos sigue producir divisiones y preconizar el protagonismo juvenil como único e inmaculado, remachando la estrategia iluminista de sectores juveniles en el movimiento nacional al que pretendieron erróneamente conducir que trajo frutos amargos en los años ´70 y, recientemente, coadyuvó al fraccionamiento de nuestro espacio, no logramos trascender los modos de hacer política que tocaron techo trágicamente el 22 de noviembre de 2015.
Los desafíos son muchos y al margen de la necesidad del retorno al Estado, el entretanto se juega en el terreno de la organización popular en unidad y solidaridad desde la identidad de una doctrina nacional que otorgue sustrato cultural a nuestro pueblo. Para que las transformaciones sociales y la restitución o ampliación de derechos tengan perdurabilidad se necesita contar con lo que el General Perón llamaba “concurso organizado del pueblo.” No es lo mismo un liderazgo o una “jefatura” que “empodera” desde el manejo del Estado que una conducción estratégica de los destinos de un Pueblo. Entiéndase esto no como una crítica descalificadora, sino como un análisis de las limitaciones políticas que todos tenemos cuando de la grandeza de la Patria y de la felicidad de nuestro pueblo se trata. Y para no esperar de la vuelta del “Mesías” lo que sólo nosotros mismos somos capaces de emprender como militantes de la causa nacional. Esta asunción implicará necesariamente salirnos de las reglas de juego del republicanismo colonial que nos anula como sujetos políticos para relegarnos al manso y sumiso lugar de consumidores de gestiones respetuosos de instancias electorales. Implicará terminar con las fantasías progresistas de tanto burócrata de escritorio que colisionaron con un territorio que devino administración colonial: apostamos a la inclusión y el neocolonialismo nos devolvió consumidores que castigan en las urnas las políticas sociales de las que ellos mismos son sujetos. La militancia organizada y conducida desde el Estado nunca podrá reemplazar lo que las organizaciones libres del pueblo tienen como potencialidad en la construcción de un camino emancipador. El peronismo como resolución concreta del problema de la dependencia argentina habló de construcción de poder popular y no “empoderamiento” desde el Estado, repartiendo derechos sin generar consciencia e identidad, ni organización que los contenga. El verdadero poder es persuasión de personas convencidas de su misión histórica que es hacer una Patria donde hoy existe la devastación colonial.

 IV. Quien le da pan a perro ajeno, pierde el pan y pierde al perro
Las gestiones de gobierno de Néstor y de Cristina fueron lo mejor que le pasó al país tras la muerte del General Perón. Los argentinos nos decidimos a bajar las banderas del neoliberalismo y en lugar de forjar una férrea voluntad nacional que nos permitiese levantar las del nacionalismo popular para terminar de saldar la revolución aplazada en 1955 y en 1976, nos conformamos con alentar las banderitas del neodesarollismo del monocultivo de la soja y la estructura económica extranjerizada. El enemigo sabe qué hacer con nuestras inconsistencias y fraccionamientos, con nuestros a medio camino, con nuestros posibilismos, con nuestros progresismos de cotillón, con nuestras agachadas, defecciones y entregas. No dan las correlaciones de fuerza, los tiempos cambiaron, nos decían. Los tiempos inexorablemente cambian, pero la estructura de la dependencia que nos hace una patria raquítica, la Argentina de los millones de nadies que sufren el paisito del privilegio mantiene toda su trágica vigencia. Resolver necesidades no es lo mismo que erradicar las causas que las crearon. Inclusión no es lo mismo que justicia social plena. Acompañar hartazgos en momentos de angustia no es lo mismo que dar cauce a lo que el pueblo quiere. Debemos decidirnos a trabajar para arribar a la conciencia de que sólo el pueblo organizado detrás de un proyecto de liberación nacional logrará atravesar estos tiempos de angustia, desorganización y soledad de liderazgos genuinos, y convencernos de que la única amenaza real para el bloque oligárquico es la confrontación total con los mecanismos de colonialismo vigentes desde Martínez de Hoz a la fecha. Sin cuestionar la estructura de saqueo y el control de la actividad económica por parte de las corporaciones, sin debatir sobre la matriz distributiva, sin asumir las demandas postergadas de nuestro pueblo, la posibilidad futura del pleno empleo, la brecha entre precios y salarios, la necesidad de un sistema industrial autónomo, la colocación de los recursos naturales al servicio de la Nación… seguiremos barajando cuál es el modelo más apropiado para administrar la dependencia. Sabemos que ninguna contingencia es permanente, por tanto, es urgente vencer al tiempo con la organización de las voluntades patrióticas.

 V. ¡Ahora, manos a la obra: el toro por las guampas!
Somos los que cargamos con la responsabilidad de hacer realidad lo que viene, una verdad de a puño: 2015 dio cabal cuenta del desastre de la estrategia política. Estamos a pasos nomás del 2017: ¿replicaremos los yerros que nos trajeron hasta acá? El sectarismo es la negación del pensamiento del último Perón, el de la Unidad Nacional y la concordia, el del Modelo argentino, el que hoy revisitamos como hoja de ruta del qué hacer del porvenir. El peronismo nunca fue propiedad de las vanguardias, sino fuerza integradora de la comunidad nacional con vocación frentista abriendo la cancha e integrando la diversidad en el movimiento nacional. Imbatible: Perón nunca perdió elecciones, lo tuvieron que echar del país con bombas y fusilados y no lo dejaron volver durante 18 años. Dividir, expulsar, defenestrar, ignorar, cortar víveres hasta el extremo de hacer perecer actores o empujarlos a jugar en otra cancha, fue entregar en plato servido al enemigo el porvenir de nuestro pueblo. Es necesaria la grandeza y el patriotismo para volver a poner en su lugar el orden de los términos que fueron trastocados: primero la Patria, después el Movimiento y por último los  hombres. El movimiento nacional, ese coloso que nos dará cobijo para las batallas actuales y las que se avecinan, deberá nutrirse de sus mejores tradiciones y de las experiencias de lucha de la estirpe triunfadora de una Argentina que posee el coraje de los pueblos de la Gran Patria Sudamericana que nos debemos, y que jamás admitirán un destino colonial



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