Hace pocos días, el 6 de mayo pasado, algunos periódicos
nos informaron muy escuetamente acerca de la muerte del más sólido de los
pensadores políticos argentinos del siglo XX: Julio Irazusta. La conspiración
de silencio que tantas veces él denunciara, se hacía patente aún después de
extinguida su existencia: "Los componentes del movimiento (revisionista)
—escribió al incorporarse a la Academia Nacional de la Historia— quedamos en un
ostracismo intelectual, equivalente a una emigración en el interior. El
revisionista de la historia argentina debía renunciar a la notoriedad, a los
honores y a los emolumentos, a las cátedras universitarias, a los cargos
públicos ele las reparticiones culturales del Estado, a que podía aspirar por
su mérito". Y podríamos agregar nosotros: a las merecidas honras en el
momento de la muerte, de las que gozan tantos personajes dé la Argentina
oficial, para quienes el más benévolo de los homenajes debería ser el
definitivo olvido.
Pero, paradojalmente, esta ausencia de homenajes públicos
se produce en el mismo momento en que se evidencia el valor de una de sus mejor
defendidas ideas: la necesidad de una política internacional independiente de
los grandes centros del poder mundial. Cuando la Argentina siente en carne viva
el peso de los intereses y componendas de los defensores de un
"occidente" desfigurado, se deja en el olvido a quien, a través de
miles de páginas de libros, folletos y periódicos, sostuvo aquella idea con una
claridad y una entrega propias sólo de los grandes hombres.
Julio Irazusta había nacido en Gualeguaychú en 1899, en
el seno de una familia de raigambre radical. Luego de realizar sus primeros
estudios — incluso universitarios— en Buenos Aires, viajó a Europa con el fin
de completarlos. Allí estudió en Oxford y Roma, teniendo como maestros a Jorge
Santayana y Benedetto Crocce y trabando relación con pensadores de la categoría
de Belloc, Chesterton, Maurras, Banville y León Daudet. En Europa frecuentó y
comentó los clásicos Griegos y Latinos, elaborando una serie de glosas que
llenan veinticuatro volúmenes de manuscritos inéditos. De regreso a su país
inició, en compañía de su hermano Rodolfo, una larga serie de empresas
políticas y periodísticas, que fructificaron en publicaciones como "La
Nueva República", "Nuevo Orden", "La voz del Plata" y
en agrupaciones políticas como la "Liga Republicana", el
"Partido Libertador" y la "Unión Republicana". En todas
ellas, Julio Irazusta sostuvo un inclaudicable y lúcido combate contra los tres
"pecados capitales" de la vida pública argentina: la corrupción
política, la renuncia a una política internacional independiente y el macaneo
doctrinario. En forma paralela a su
actuación política y periodística, comenzó, a partir de 1930, una enorme tarea
de revisión y reformulación de la historia patria, buscando en ella el origen
profundo de nuestros males políticos y las líneas directrices de su auténtica
superación. Dio comienzo, de este modo, al revisionismo histórico
contemporáneo, expresando sus conclusiones en libros como "Vida política
de Juan Manuel de Rosas a través de su correspondencia", que abarca más de
tres mil páginas, "Ensayo sobre Rosas", "Actores y
espectadores", "Tomás de Anchorena", "Tito Livio",
"Ensayos históricos", "Urquiza y el pronunciamiento",
"Perón y la crisis argentina", "Influencia económica británica
en el Río de la Plata", "Balance de siglo y medio", "Genio
y figura de Leopoldo Lugones", "La monarquía constitucional en
Inglaterra", "Estudios histórico-políticos" y la reciente
"Breve historia de la Argentina". Ya antes, en colaboración con su
hermano Rodolfo, había publicado, en 1934, "La Argentina y el imperialismo
británico", obra fundacional del revisionismo histórico del siglo XX. Pero
lo que más nos importa destacar aquí es que, más allá del enorme valor historiográfico
de su obra, existe un profundo, riguroso y original pensamiento político
Irazuztiano. Lo que es más, este pensamiento se constituye en el más genuino de
los intentos de encuadrar doctrinariamente a la vida política argentina
formulado en los últimos cincuenta años. Siguiendo los pasos de sus grandes
maestros: Burke, Rivarol, Maurras, Aristóteles, Santo Tomás, Vico, Crocce y
Santayana, Irazusta planteó para la Argentina una propuesta filosófico-política
inédita, que puede ser, resumida escuetamente en estos tres puntos:
conservatismo social y cultural; nacionalismo económico y republicanismo
político.
El conservatismo
El conservatismo social y cultural de Julio Irazusta
supone la convicción, explicitada y defendida por Burke, acerca de que la
sabiduría de las generaciones es enormemente superior al genio de un individuo.
Supone además el dejar de lado a la mitología progresista, conforme a la cual
cualquier novedad y por el sólo hecho de serlo, resulta mejor que todo lo
elaborado a lo largo de los siglos. Por ello, las instituciones consagradas por
la tradición milenaria: la familia, la propiedad, la autoridad política, la
Iglesia, deben ser defendidas de los ataques de la razón individual, erigida en
crítica y juez del valor o disvalor de las realidades sociales. Pero este
conservatismo social y cultural, no supone una actitud de aceptación pasiva y,
menos aún, de justificación, de todo lo ya establecido. Por el contrario,
implica un prudente discernimiento de lo auténticamente
valioso en la vida social y la supresión de todas
aquellas realidades que perturban o desvirtúan el funcionamiento eficaz de las
instituciones sociales tradicionales; todo ello a través de una paulatina pero
firme evolución. "Respetando el método de la naturaleza en la conducción
del Estado —escribía Burke— no somos jamás enteramente novedosos en lo que
mejoramos, ni jamás enteramente obsoletos en lo que conservamos". Enemigo decidido de cualquier subversión,
Irazusta denunciaba, no obstante, todas aquellas situaciones sociales que
configuraban una injusticia evidente, propugnando su sustitución evolutiva por
un real estado de justicia. Un claro ejemplo de esta actitud fue su valiente
denuncia de todos aquellos mecanismos de expoliación económica instrumentados
por Gran Bretaña y que llevaban sistemáticamente al empobrecimiento de los
argentinos. Irazusta hizo varias veces suya una luminosa frase de Burke, con la
que fustigaba "las objeciones de los especuladores o ideólogos, que cuando
las formas no cuadran con sus teorías, son tan válidas contra el gobierno más
antiguo y benéfico, como contra la más violenta tiranía o la más reciente
usurpación". Para él, sólo las realidades y no las ilusiones, pueden ser
el fundamento de una política eficaz. Realidades que se conocen a través de la
historia, ya que ésta es, "para el político, el sucedáneo del experimento
imposible".
El nacionalismo
económico
A partir de su obra —escrita en colaboración con su
hermano Rodolfo— "La argentina y el imperialismo británico", Irazusta
inició un estudio profundo y detallado de los mecanismos de la entrega de la
riqueza del país a los intereses extranjeros, en especial británicos. El
malbaratamiento de las exportaciones, los privilegios excesivos otorgados al
capital extranjero en desmedro del nacional, el pacto Roca-Runciman y el monopolio
frigorífico anglosajón, el convenio de la CADE, la Coordinación de los
Transportes en beneficio del ferrocarril inglés, el bloqueo en Londres del pago
de las exportaciones argentinas que alimentaron a Gran Bretaña durante la
Segunda Guerra Mundial, fueron analizados y viviseccionados agudamente por
Irazusta.
Así pudo llegar a la conclusión que explica el
"milagro argentino", es decir, el empobrecimiento crónico del país
proporcionalmente más rico del mundo: la enorme riqueza de la Argentina se ha
drenado y se drena hacia el exterior, por medio de una serie de conductas y
mecanismos que aseguran le permanente postración Nacional. Pero lo más importante es que toda esta tarea
de descubrimiento y denuncia, fue llevada a cabo sin connotaciones ideológicas
de ninguna especie. Para Irazusta, la ideología es "la muelle almohada en
que descansar el espíritu de la exigente atención que reclaman los problemas
contemporáneos de la práctica (...) es el disfraz de la pereza mental, del
prejuicio o juicio recibido, de la comodidad para encarar espinosos problemas
sin estudiarlos en su pormenor"". Por ello, su defensa de la
necesidad de un lúcido nacionalismo económico, no tuvo las implicancias negativas
que aparecieron posteriormente en ideólogos marxistas como Rodolfo Puiggrós o
Jorge Abelardo Ramos. Para Irazusta, la defensa enérgica y tenaz del patrimonio
nacional, tenía por único objetivo la salvaguarda de los reales y concretos
intereses de los habitantes del país. Lejos de los sueños
"liberadores" o de las utopías totalitarias, el fundamento de su
nacionalismo económico se encontraba en la preservación e incremento de los
bienes concretos que la Providencia y su laboriosidad habían otorgado a los
argentinos.
El republicanismo
político
El mismo espíritu realista que lo había llevado a afirmar
la necesidad de una política económica que defendiera el interés nacional,
llevó a Irazusta a sostener la conveniencia de un gobierno republicano en la
Argentina. "Habiendo combatido en los ideólogos — escribía— la manía de
recetar un gobierno perfecto, no podemos incurrir en ella también
nosotros"1' y haciendo uso del método maurrasiano del "empirismo
organizador", llegó a la conclusión de que la república "era viable
como forma de gobierno deducida de una experiencia feliz, llevada a cabo por un
pueblo en el que el elemento popular mostró hábitos mejores y erró menos que
las altas clases en cumplir sus deberes respectivos (...). El pueblo
rioplatense, colonial e independiente, siempre fue más capaz de comprender los
programas de engrandecimiento nacional que sus dirigentes de proponérselos, o
de realizarlos por iniciativa propia". El mismo método de análisis
político que había llevado a Maurras a optar por la monarquía en Francia
("los Capetos hicieron grande a Francia en ochocientos años"), llevó
a Irazusta a comprender que la única forma de gobierno estable, con viabilidad
práctica en nuestro país, era la república. Sólo ella podía hacer posible esa conjunción
del pueblo con una clase dirigente representativa y un líder esclarecido, que
es el fundamento indispensable de toda experiencia política exitosa.
Para Irazusta, profundísimo conocedor de la historia de
occidente y de los clásicos políticos, la lectura de estos últimos
"permite ver que cada autor ilustra sus demostraciones con ejemplos
sacados de las más afortunadas experiencias históricas; que el alegato
republicano se confunde con la historia de Roma, el monárquico con la historia
de Francia y el aristocrático con la historia de Inglaterra; que nadie sostiene
la validez de una forma abstracta, a no ser los utopistas". Por ello, si
no se quiere caer en el error de estos últimos, es preciso recurrir a la
historia patria en búsqueda del modelo político que haga posible la superación
de la crónica inestabilidad gubernamental argentina. Y esta historia nos
presenta a la república presidencialista como el más estable de los regímenes
políticos que ha conocido la Nación; por ello, y no por consideraciones
doctrinarias o ideológicas, justificó Irazusta su adhesión a la forma
republicana en la Argentina. "República —escribía— es el gobierno
existente en cualquier país bien organizado, donde éste sea regido por aquél
como el cuerpo por el alma. Implica la admisión, en el ejercicio del gobierno y
en su formación, de un principio más espiritual que el mayoritario: la
capacidad y la representación de esa capacidad ( . . . ) . No es la manera
menos eficaz de atender a las justas reivindicaciones de los trabajadores (...)
Más específicamente, la república es una de las formas da gobierno". Pero
esto no significaba, para él, la adopción de la ideología democratista, con su
mito del contrato social y la exaltación totalitaria de la voluntad absoluta de
la mayoría; la república no es, en su pensamiento, nada más que el modo de
lograr, concretamente en la Argentina, esa "colaboración entre un jefe
unipersonal que en última instancia decide, una minoría que asesora y un pueblo
que tácita o expresamente asiente. Cuando falta uno de esos factores, la
experiencia fracasa y sobrevienen la anarquía, el desorden y la decadencia o el
estancamiento. Cuando todos cumplen su misión, el resultado es una gran
empresa, cuyos rasgos históricos se empiezan a estudiar como materia de la
ciencia política".
La incomprensión
del pensamiento irazustiano.
Estos tres rasgos fundamentales del ideario político de
Julio Irazusta, dieron lugar a tres incomprensiones paralelas, que frustraron
en gran medida la influencia efectiva de aquellas ideas en la realidad política
de nuestro país.
La primera de ellas se refiere a su conservatismo
cultural y social; los sectores de izquierda, adoradores del "progreso
indefinido de la humanidad", atacaron violentamente la convicción de
Irazusta acerca de la excelencia de la sabiduría acumulada de las generaciones,
por sobre las pretensiones de la razón individual de construir en abstracto
sistemas sociales y políticos. "Hasta que la humanidad no abandone el
falso dios del progreso necesario
—escribía en 1931— para volver a la creencia en una
voluntad libre que puede influir bien o mal en las circunstancias absolutamente
determinadas, no podrá dominar los acontecimientos cuyo peso la oprimen
ahora". "La política o es ciencia experimental o no es nada"
afirmaba Irazusta, sosteniendo el valor de las instituciones creadas lentamente
y probadas a lo largo de la historia, frente a la pretensión de sustituirlas
por utopías más o menos ingeniosas, que serían la institucionalización de la
opresión y del despotismo.
La segunda de las incomprensiones provino de los sectores
liberales, que atacaron violentamente su nacionalismo económico. Quienes por
boca de Alberdi habían exhortado: "No temáis enajenar el porvenir remoto
de nuestra industria a la civilización" y que hace pocos meses afirmaban
que era lo mismo fabricar caramelos que acero y preconizaban la
"apertura" irrestricta de la economía nacional a las empresas
multinacionales, debían necesariamente repudiar la propuesta razustiana. Esta
se basaba sobre la convicción de que el país es inmensamente rico, dispone de
enormes cantidades de capital y alberga una capacidad tecnológica suficiente
como para encarar una política económica basada en el pleno aprovechamiento de
la riqueza nacional; Irazusta ponía como ejemplos de este modelo económico a
Inglaterra y Estados Unidos, que realizaron las primeras etapas de su
desarrollo industrial bajo el signo de un decidido proteccionismo. No se oponía
al aporte del capital extranjero genuino, pero creía que éste debía venir a
correr la suerte del país, sin ser privilegiado por encima del nativo. Es
evidente que estas ideas debían molestar a quienes, por sus intereses, su
ideología o ambas cosas a la vez, menospreciaban la capacidad económica de los
argentinos e idolatraban la de cualquier consorcio extranjero.
Por último, la incomprensión más lamentable fue la de
quienes, por un doctrinarismo y un ideologismo cerrados, lo atacaron a raíz de
su opción republicana en materia
política. Estos fueron los llamados "nacionalistas doctrinarios", que
propugnaban el retorno de la monarquía de los Habsburgo o la instauración de un
sistema político de tipo corporativo y que denostaron a Irazusta tachándolo de
"liberal" e impugnando su aceptación de un régimen que consideraban "intrínsecamente
perverso". Partidarios de un pseudo-nacionalismo, que en realidad era un
internacionalismo ideológico corporativista, no supieron comprender el profundo
realismo de
Irazusta, cuando se refería a la mejor forma de gobierno
posible en la Argentina del Siglo XX. No se trataba, en su caso, de una opción
teórica o doctrinal por la república, sino de una conclusión extraída de la
historia patria y contrastada con las circunstancias políticas contemporáneas.
No lo supieron comprender y en nombre de principios doctrinarios absolutamente
inviables en la práctica, rechazaron su sabia lección de prudencia política y
se internaron en un camino cuyo final habría de ser una inevitable frustración
política.
Irazusta en
nuestros días
Ya dijimos que por una de esas paradojas que tan a menudo
registra la historia, Irazusta murió en el preciso momento en que el país
comenzaba a comprender gran parte de su ideario. Cuando las voces más
insospechadas lanzaban distribas contra el colonialismo, proponían una política
económica de corte nacional y atacaban a los principales autores de nuestro
estancamiento: Inglaterra y los Estados Unidos, expiraba en su casona de
Gualeguaychú, el más profundo pensador político que tuvo la Argentina del siglo
XX. "Pese a todo lo dicho — escribía — que parece desembocar en una negra
desesperanza, creo que el pensamiento nacional ha cambiado, para mejorar. Creo
que las nuevas generaciones lo tomarán en cuenta y que, en un futuro no muy
lejano, aparecerá un joven héroe capaz de transformar la catástrofe en
salvación. Las grandes crisis, al parecer agónicas, pueden ser el trampolín
desde donde los países privilegiados suelen saltar a la grandeza" Palabras que parecieran escritas para el día
de hoy por quien fuera —además de un pensador político egregio y un patricio
ejemplar— un auténtico y lúcido visionario.