martes, 31 de enero de 2017

JULIO IRAZUSTA; PENSADOR POLÍTICO Y VISIONARIO

 Por CARLOS IGNACIO MASSINI


Hace pocos días, el 6 de mayo pasado, algunos periódicos nos informaron muy escuetamente acerca de la muerte del más sólido de los pensadores políticos argentinos del siglo XX: Julio Irazusta. La conspiración de silencio que tantas veces él denunciara, se hacía patente aún después de extinguida su existencia: "Los componentes del movimiento (revisionista) —escribió al incorporarse a la Academia Nacional de la Historia— quedamos en un ostracismo intelectual, equivalente a una emigración en el interior. El revisionista de la historia argentina debía renunciar a la notoriedad, a los honores y a los emolumentos, a las cátedras universitarias, a los cargos públicos ele las reparticiones culturales del Estado, a que podía aspirar por su mérito". Y podríamos agregar nosotros: a las merecidas honras en el momento de la muerte, de las que gozan tantos personajes dé la Argentina oficial, para quienes el más benévolo de los homenajes debería ser el definitivo olvido.

Pero, paradojalmente, esta ausencia de homenajes públicos se produce en el mismo momento en que se evidencia el valor de una de sus mejor defendidas ideas: la necesidad de una política internacional independiente de los grandes centros del poder mundial. Cuando la Argentina siente en carne viva el peso de los intereses y componendas de los defensores de un "occidente" desfigurado, se deja en el olvido a quien, a través de miles de páginas de libros, folletos y periódicos, sostuvo aquella idea con una claridad y una entrega propias sólo de los grandes hombres.
Julio Irazusta había nacido en Gualeguaychú en 1899, en el seno de una familia de raigambre radical. Luego de realizar sus primeros estudios — incluso universitarios— en Buenos Aires, viajó a Europa con el fin de completarlos. Allí estudió en Oxford y Roma, teniendo como maestros a Jorge Santayana y Benedetto Crocce y trabando relación con pensadores de la categoría de Belloc, Chesterton, Maurras, Banville y León Daudet. En Europa frecuentó y comentó los clásicos Griegos y Latinos, elaborando una serie de glosas que llenan veinticuatro volúmenes de manuscritos inéditos. De regreso a su país inició, en compañía de su hermano Rodolfo, una larga serie de empresas políticas y periodísticas, que fructificaron en publicaciones como "La Nueva República", "Nuevo Orden", "La voz del Plata" y en agrupaciones políticas como la "Liga Republicana", el "Partido Libertador" y la "Unión Republicana". En todas ellas, Julio Irazusta sostuvo un inclaudicable y lúcido combate contra los tres "pecados capitales" de la vida pública argentina: la corrupción política, la renuncia a una política internacional independiente y el macaneo doctrinario.  En forma paralela a su actuación política y periodística, comenzó, a partir de 1930, una enorme tarea de revisión y reformulación de la historia patria, buscando en ella el origen profundo de nuestros males políticos y las líneas directrices de su auténtica superación. Dio comienzo, de este modo, al revisionismo histórico contemporáneo, expresando sus conclusiones en libros como "Vida política de Juan Manuel de Rosas a través de su correspondencia", que abarca más de tres mil páginas, "Ensayo sobre Rosas", "Actores y espectadores", "Tomás de Anchorena", "Tito Livio", "Ensayos históricos", "Urquiza y el pronunciamiento", "Perón y la crisis argentina", "Influencia económica británica en el Río de la Plata", "Balance de siglo y medio", "Genio y figura de Leopoldo Lugones", "La monarquía constitucional en Inglaterra", "Estudios histórico-políticos" y la reciente "Breve historia de la Argentina". Ya antes, en colaboración con su hermano Rodolfo, había publicado, en 1934, "La Argentina y el imperialismo británico", obra fundacional del revisionismo histórico del siglo XX. Pero lo que más nos importa destacar aquí es que, más allá del enorme valor historiográfico de su obra, existe un profundo, riguroso y original pensamiento político Irazuztiano. Lo que es más, este pensamiento se constituye en el más genuino de los intentos de encuadrar doctrinariamente a la vida política argentina formulado en los últimos cincuenta años. Siguiendo los pasos de sus grandes maestros: Burke, Rivarol, Maurras, Aristóteles, Santo Tomás, Vico, Crocce y Santayana, Irazusta planteó para la Argentina una propuesta filosófico-política inédita, que puede ser, resumida escuetamente en estos tres puntos: conservatismo social y cultural; nacionalismo económico y republicanismo político.

El conservatismo
El conservatismo social y cultural de Julio Irazusta supone la convicción, explicitada y defendida por Burke, acerca de que la sabiduría de las generaciones es enormemente superior al genio de un individuo. Supone además el dejar de lado a la mitología progresista, conforme a la cual cualquier novedad y por el sólo hecho de serlo, resulta mejor que todo lo elaborado a lo largo de los siglos. Por ello, las instituciones consagradas por la tradición milenaria: la familia, la propiedad, la autoridad política, la Iglesia, deben ser defendidas de los ataques de la razón individual, erigida en crítica y juez del valor o disvalor de las realidades sociales. Pero este conservatismo social y cultural, no supone una actitud de aceptación pasiva y, menos aún, de justificación, de todo lo ya establecido. Por el contrario, implica un prudente discernimiento de lo auténticamente
valioso en la vida social y la supresión de todas aquellas realidades que perturban o desvirtúan el funcionamiento eficaz de las instituciones sociales tradicionales; todo ello a través de una paulatina pero firme evolución. "Respetando el método de la naturaleza en la conducción del Estado —escribía Burke— no somos jamás enteramente novedosos en lo que mejoramos, ni jamás enteramente obsoletos en lo que conservamos".  Enemigo decidido de cualquier subversión, Irazusta denunciaba, no obstante, todas aquellas situaciones sociales que configuraban una injusticia evidente, propugnando su sustitución evolutiva por un real estado de justicia. Un claro ejemplo de esta actitud fue su valiente denuncia de todos aquellos mecanismos de expoliación económica instrumentados por Gran Bretaña y que llevaban sistemáticamente al empobrecimiento de los argentinos. Irazusta hizo varias veces suya una luminosa frase de Burke, con la que fustigaba "las objeciones de los especuladores o ideólogos, que cuando las formas no cuadran con sus teorías, son tan válidas contra el gobierno más antiguo y benéfico, como contra la más violenta tiranía o la más reciente usurpación". Para él, sólo las realidades y no las ilusiones, pueden ser el fundamento de una política eficaz. Realidades que se conocen a través de la historia, ya que ésta es, "para el político, el sucedáneo del experimento imposible".

El nacionalismo económico
A partir de su obra —escrita en colaboración con su hermano Rodolfo— "La argentina y el imperialismo británico", Irazusta inició un estudio profundo y detallado de los mecanismos de la entrega de la riqueza del país a los intereses extranjeros, en especial británicos. El malbaratamiento de las exportaciones, los privilegios excesivos otorgados al capital extranjero en desmedro del nacional, el pacto Roca-Runciman y el monopolio frigorífico anglosajón, el convenio de la CADE, la Coordinación de los Transportes en beneficio del ferrocarril inglés, el bloqueo en Londres del pago de las exportaciones argentinas que alimentaron a Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial, fueron analizados y viviseccionados agudamente por Irazusta.
Así pudo llegar a la conclusión que explica el "milagro argentino", es decir, el empobrecimiento crónico del país proporcionalmente más rico del mundo: la enorme riqueza de la Argentina se ha drenado y se drena hacia el exterior, por medio de una serie de conductas y mecanismos que aseguran le permanente postración Nacional.  Pero lo más importante es que toda esta tarea de descubrimiento y denuncia, fue llevada a cabo sin connotaciones ideológicas de ninguna especie. Para Irazusta, la ideología es "la muelle almohada en que descansar el espíritu de la exigente atención que reclaman los problemas contemporáneos de la práctica (...) es el disfraz de la pereza mental, del prejuicio o juicio recibido, de la comodidad para encarar espinosos problemas sin estudiarlos en su pormenor"". Por ello, su defensa de la necesidad de un lúcido nacionalismo económico, no tuvo las implicancias negativas que aparecieron posteriormente en ideólogos marxistas como Rodolfo Puiggrós o Jorge Abelardo Ramos. Para Irazusta, la defensa enérgica y tenaz del patrimonio nacional, tenía por único objetivo la salvaguarda de los reales y concretos intereses de los habitantes del país. Lejos de los sueños "liberadores" o de las utopías totalitarias, el fundamento de su nacionalismo económico se encontraba en la preservación e incremento de los bienes concretos que la Providencia y su laboriosidad habían otorgado a los argentinos.

El republicanismo político
El mismo espíritu realista que lo había llevado a afirmar la necesidad de una política económica que defendiera el interés nacional, llevó a Irazusta a sostener la conveniencia de un gobierno republicano en la Argentina. "Habiendo combatido en los ideólogos — escribía— la manía de recetar un gobierno perfecto, no podemos incurrir en ella también nosotros"1' y haciendo uso del método maurrasiano del "empirismo organizador", llegó a la conclusión de que la república "era viable como forma de gobierno deducida de una experiencia feliz, llevada a cabo por un pueblo en el que el elemento popular mostró hábitos mejores y erró menos que las altas clases en cumplir sus deberes respectivos (...). El pueblo rioplatense, colonial e independiente, siempre fue más capaz de comprender los programas de engrandecimiento nacional que sus dirigentes de proponérselos, o de realizarlos por iniciativa propia". El mismo método de análisis político que había llevado a Maurras a optar por la monarquía en Francia ("los Capetos hicieron grande a Francia en ochocientos años"), llevó a Irazusta a comprender que la única forma de gobierno estable, con viabilidad práctica en nuestro país, era la república. Sólo ella podía hacer posible esa conjunción del pueblo con una clase dirigente representativa y un líder esclarecido, que es el fundamento indispensable de toda experiencia política exitosa.
Para Irazusta, profundísimo conocedor de la historia de occidente y de los clásicos políticos, la lectura de estos últimos "permite ver que cada autor ilustra sus demostraciones con ejemplos sacados de las más afortunadas experiencias históricas; que el alegato republicano se confunde con la historia de Roma, el monárquico con la historia de Francia y el aristocrático con la historia de Inglaterra; que nadie sostiene la validez de una forma abstracta, a no ser los utopistas". Por ello, si no se quiere caer en el error de estos últimos, es preciso recurrir a la historia patria en búsqueda del modelo político que haga posible la superación de la crónica inestabilidad gubernamental argentina. Y esta historia nos presenta a la república presidencialista como el más estable de los regímenes políticos que ha conocido la Nación; por ello, y no por consideraciones doctrinarias o ideológicas, justificó Irazusta su adhesión a la forma republicana en la Argentina. "República —escribía— es el gobierno existente en cualquier país bien organizado, donde éste sea regido por aquél como el cuerpo por el alma. Implica la admisión, en el ejercicio del gobierno y en su formación, de un principio más espiritual que el mayoritario: la capacidad y la representación de esa capacidad ( . . . ) . No es la manera menos eficaz de atender a las justas reivindicaciones de los trabajadores (...) Más específicamente, la república es una de las formas da gobierno". Pero esto no significaba, para él, la adopción de la ideología democratista, con su mito del contrato social y la exaltación totalitaria de la voluntad absoluta de la mayoría; la república no es, en su pensamiento, nada más que el modo de lograr, concretamente en la Argentina, esa "colaboración entre un jefe unipersonal que en última instancia decide, una minoría que asesora y un pueblo que tácita o expresamente asiente. Cuando falta uno de esos factores, la experiencia fracasa y sobrevienen la anarquía, el desorden y la decadencia o el estancamiento. Cuando todos cumplen su misión, el resultado es una gran empresa, cuyos rasgos históricos se empiezan a estudiar como materia de la ciencia política".
La incomprensión del pensamiento irazustiano.
Estos tres rasgos fundamentales del ideario político de Julio Irazusta, dieron lugar a tres incomprensiones paralelas, que frustraron en gran medida la influencia efectiva de aquellas ideas en la realidad política de nuestro país.
La primera de ellas se refiere a su conservatismo cultural y social; los sectores de izquierda, adoradores del "progreso indefinido de la humanidad", atacaron violentamente la convicción de Irazusta acerca de la excelencia de la sabiduría acumulada de las generaciones, por sobre las pretensiones de la razón individual de construir en abstracto sistemas sociales y políticos. "Hasta que la humanidad no abandone el falso dios del progreso necesario
—escribía en 1931— para volver a la creencia en una voluntad libre que puede influir bien o mal en las circunstancias absolutamente determinadas, no podrá dominar los acontecimientos cuyo peso la oprimen ahora". "La política o es ciencia experimental o no es nada" afirmaba Irazusta, sosteniendo el valor de las instituciones creadas lentamente y probadas a lo largo de la historia, frente a la pretensión de sustituirlas por utopías más o menos ingeniosas, que serían la institucionalización de la opresión y del despotismo.
La segunda de las incomprensiones provino de los sectores liberales, que atacaron violentamente su nacionalismo económico. Quienes por boca de Alberdi habían exhortado: "No temáis enajenar el porvenir remoto de nuestra industria a la civilización" y que hace pocos meses afirmaban que era lo mismo fabricar caramelos que acero y preconizaban la "apertura" irrestricta de la economía nacional a las empresas multinacionales, debían necesariamente repudiar la propuesta razustiana. Esta se basaba sobre la convicción de que el país es inmensamente rico, dispone de enormes cantidades de capital y alberga una capacidad tecnológica suficiente como para encarar una política económica basada en el pleno aprovechamiento de la riqueza nacional; Irazusta ponía como ejemplos de este modelo económico a Inglaterra y Estados Unidos, que realizaron las primeras etapas de su desarrollo industrial bajo el signo de un decidido proteccionismo. No se oponía al aporte del capital extranjero genuino, pero creía que éste debía venir a correr la suerte del país, sin ser privilegiado por encima del nativo. Es evidente que estas ideas debían molestar a quienes, por sus intereses, su ideología o ambas cosas a la vez, menospreciaban la capacidad económica de los argentinos e idolatraban la de cualquier consorcio extranjero.
Por último, la incomprensión más lamentable fue la de quienes, por un doctrinarismo y un ideologismo cerrados, lo atacaron a raíz de su  opción republicana en materia política. Estos fueron los llamados "nacionalistas doctrinarios", que propugnaban el retorno de la monarquía de los Habsburgo o la instauración de un sistema político de tipo corporativo y que denostaron a Irazusta tachándolo de "liberal" e impugnando su aceptación de un régimen que  consideraban "intrínsecamente perverso". Partidarios de un pseudo-nacionalismo, que en realidad era un internacionalismo ideológico corporativista, no supieron comprender el profundo realismo de
Irazusta, cuando se refería a la mejor forma de gobierno posible en la Argentina del Siglo XX. No se trataba, en su caso, de una opción teórica o doctrinal por la república, sino de una conclusión extraída de la historia patria y contrastada con las circunstancias políticas contemporáneas. No lo supieron comprender y en nombre de principios doctrinarios absolutamente inviables en la práctica, rechazaron su sabia lección de prudencia política y se internaron en un camino cuyo final habría de ser una inevitable frustración política.

Irazusta en nuestros días

Ya dijimos que por una de esas paradojas que tan a menudo registra la historia, Irazusta murió en el preciso momento en que el país comenzaba a comprender gran parte de su ideario. Cuando las voces más insospechadas lanzaban distribas contra el colonialismo, proponían una política económica de corte nacional y atacaban a los principales autores de nuestro estancamiento: Inglaterra y los Estados Unidos, expiraba en su casona de Gualeguaychú, el más profundo pensador político que tuvo la Argentina del siglo XX. "Pese a todo lo dicho — escribía — que parece desembocar en una negra desesperanza, creo que el pensamiento nacional ha cambiado, para mejorar. Creo que las nuevas generaciones lo tomarán en cuenta y que, en un futuro no muy lejano, aparecerá un joven héroe capaz de transformar la catástrofe en salvación. Las grandes crisis, al parecer agónicas, pueden ser el trampolín desde donde los países privilegiados suelen saltar a la grandeza"  Palabras que parecieran escritas para el día de hoy por quien fuera —además de un pensador político egregio y un patricio ejemplar— un auténtico y lúcido visionario.

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