Alberto Buela (*)
Enero 2017
Luego de un año de gobierno y llegando a los
días finales del 2016 el gobierno argentino tiene formalmente el poder pero no
logra la obediencia de casi nadie. En términos clásicos podemos decir que tiene
el poder pero carece de imperio. Esto hace que cada medida política que toma,
cuando toma alguna, tiene siempre que reverla o revisarla porque va para atrás.
Esta carencia de imperio ha hecho que en un
año surjan en la comunidad política incontables grupos de oposición que
lentamente, pero en forma inexorable le van recortando el poder. Así, CGT, CTA,
movimientos sociales, movimientos, puramente, piqueteros, grupos de diferentes
iglesias, lobbies de minorías (gays, lesbianas, indigenistas, etc.), grupos
mediáticos (Clarín, los de los kirchneristas: C5N, Canal 23, Tiempo Argentino,
Página 12, etc.). Ni que decir de los grupos concentrados de la economía, que
se están haciendo su agosto con este gobierno.
En una palabra, el gobierno nacional sin
aparato político, salvo la estructura del radicalismo, se encuentra en la
disyuntiva de tener formalmente el poder pero no logra la obediencia de sus
súbditos ni por la fuerza ni por la persuasión.
La vida en la ciudad de Buenos Aires se ha
tornado invivible por cortes de calles, piquetes, huelgas sorpresivas. Los
medios de locomoción (trenes, metros, buses, aviones) dejan de a pie a millones
de trabajadores por cualquier medida arbitraria. En definitiva, este gobierno
nos está llevando a vivir en una sociedad sin sanción, sin normas, anómica, que
es la mejor manera de no-vivir.
La comunidad nacional se maneja en una especie
de “fuerza de las cosas” que la diluye política, económica, social y
culturalmente.
Hay un principio filosófico que dice: nadie
puede dar lo que no tiene. Y este gobierno no tiene imperio, carece de la
facultad de hacerse obedecer, no soluciona los conflictos sino que, simplemente,
los administra.
Borges tenía razón cuando afirmaba que Buenos
Aires no es una ciudad sino un país, y lo que suceda en este paisito, afecta a
todo el país. Y sucede que como en París donde hace muchos años que no hay
parisinos, tampoco aquí hay porteños. Si hasta los locutores pajueranos hablan
de “la Pampa y la Rioja”, cuando las calles son Pampa o Rioja.
Las grandes ciudades de los países emergentes,
periféricos, ayer llamados del tercer mundo, se van transformando en una
verdadera bazofia humana. La suciedad, la inseguridad, la falta de decoro, de
gentileza, de buen gusto, de elegancia, pulula por doquier. La violencia, el
grito soez, la amenaza, el hedor, la basura, son sus actuales dueños.
Los dirigentes peronistas, o mejor pseudos
peronistas, cuya mayor virtud es correr siempre en auxilio del triunfador,
lentamente se van corriendo de lado porque ven que el gobierno de Macri es un Holzwege, un camino que no va a ninguna
parte. Y si los dirigentes peronistas se corren de la huella es porque no le
ven mucho hilo en el carretel.
Todo ello plantea una disyuntiva de acero para
el 2017: o el gobierno se alía con los peronistas o vegetamos hasta el 2019.
Esta falta de expectativas políticas hace que la Argentina no sea ni un mercado
apetecible por los poderes indirectos internacionales (los dólares no
lloverán) sino que quedará reducida a la
explotación y saqueo de los grupos ya instalados acá. Nihil novo sub sole.
Hoy los más lúcidos pensadores de España, de
Italia, de Portugal o de Francia ( Pérez Reverte, Esparza, Veneziani,
Gambescia, Duarte, Gonçalves, de Benoist, Micéa, nombro dos por país, sabiendo
que hay centenares) le están diciendo a sus gobiernos que el proyecto moderno
está agotado, que el multiculturalismo es un error garrafal, que el igualitarismo
es una falsa bandera, que la globalización pierde a los pueblos, que los
derechos humanos son un engaña pichanga, que la democracia liberal hambrea a
los pueblos, que el progresismo socialdemócrata es un simulacro para explotar a
los pueblos, que la dirigencia política internacional es un cuerpo altamente
rentado por el imperialismo internacional del dinero y los lobbies mediáticos,
que le fabrican sus discursos.
No obstante, parece ser que el mundo se dirige
a una concentración desorbitante de la riqueza y a una extensión desmesurada de
la pobreza y falta de trabajo
No se puede salir de una situación de
dependencia y extrañamiento con los mismos mecanismo que nos llevaron a ella.
Tenemos que inventar nuevas formas para gobernarnos. En el mientras tanto, para
seguir vivos, debemos ejercer el disenso y el pensamiento no conformista.