Por Juan José Hernández Arregui
Este texto corresponde a las
palabras dichas por Juan José Hernández Arregui en oportunidad de recordarse a
Raúl Scalabrini Ortiz, en el año 1972, en la Recoleta, durante la dictadura
militar de A. Lanusse posteriormente publicado en Peronismo y Liberación, Nº 1,
agosto 1974
Raúl Scalabrini Ortiz es un
símbolo vivo de la inteligencia nacional. Dotado de talento literario, no fue
ni un poeta, ni un historiador, ni un filósofo, ni un economista, pero supo
congeniar, en la unidad ensimismada de la pasión, la poesía, la historia y la
economía en una visión trascendente de la patria. Su obra tiene la potencia de
un vislumbramiento. Y la imagen del país bajo la dominación extranjera, se
aunó, en Scalabrini Ortiz, a la profecía de una Argentina rescatable por y para
los argentinos.
Raúl Scalabrini Ortiz es, por
encima de todo, un ejemplo de la
dignidad de la inteligencia nacional. Deshizo idolatrías, embaucamientos,
espejismos, descarnó la verdad espectral de una Argentina subyugada y presagió
la proeza más grande de un pueblo: su liberación nacional. Fue un escritor pero
desdeñó a los escritores sin apego a la tierra. Con conciencia histórica
entrañable amó a las masas más allá de las vanidades y conveniencias personales
de la mayoría de los intelectuales, adheridos al sistema, esto es, indiferentes
o al servicio de las fuerzas extranjeras destructoras que hicieron de la
Argentina una factoría y no una nación afirmada en sí misma.
En esta atmósfera bastarda de
1930 se elevó su voz de patriota. Silenciado,
fue un anticipo y una iluminación. No tuvo prensa. Pero sus ideas
prendieron en millares de argentinos y se amasaron con el pueblo. No cosechó
aplausos. Pero hoy, ese pueblo -gigante colectivo como él lo llamó- lo sabe
suyo y lo consagra con el nombre glorioso de patriota. Raúl Scalabrini Ortiz
fue una pasión reconcentrada. Y nada grande se ha hecho sin pasión, sin esa fe
en la tierra que es sacrificio y resistencia frente a las invisibles sujeciones
externas que nos vedan construir el destino nacional. Fue una inteligencia
clara en una época oscura, invalidada por fuerzas oscuras, acatada por
personeros oscuros, mediatizada por intelectuales oscuros, por lacayos con
fama.
Raúl Scalabrini Ortiz, es por
eso, la encarnación de la inteligencia
nacional digna en medio de la indignidad del coloniaje. De un colonialismo
que todo lo corrompe y desfigura. A ese poder de los centros de dominio
mundial, Raúl Scalabrini Ortiz lo enfrentó canjeando con la certeza casi
alucinada de su destino individual, la muerte en vida por la inmortalidad
después de muerto. Eso fue y es Raúl Scalabrini Ortiz.
Raúl Scalabrini Ortiz luchó y
pensó en una Argentina en la que la causa de sus males, tan grande era el
poderío extranjero, yacía ignorada por los propios argentinos. Scalabrini Ortiz
penetró en esa esfera de claudicaciones secretas y silencios culposos, en ese
mundo de la enajenación del país al dominador ultramarino. Intuyó las raíces
del drama nacional, verificó sospechas, anudó datos, y reveló al fin, con
veracidad ilevantable, la trama de los hechos e infidelidades que hicieron del
país una colonia británica sin luz propia.
En todos sus escritos late un
sentimiento de melancolía y, a un
tiempo, de esperanza en el pueblo argentino. Jamás de impotencia. Fe que
Scalabrini Ortiz vio personificada en las masas nacionales sin nombre, que con
Perón, habrían de ejecutar la hazaña colectiva de una Argentina manumitida de
la opresión imperialista. En aquella atmósfera de agobio material y mental de
la década infame, mostró los nudos de nuestra dependencia disimulados tras la
fachada de una historia falsificada donde los vendidos eran próceres y los
patriotas desterrados en su tierra argentina. Vio por eso, en el genio
multitudinario del pueblo, la historia real, la historia viviente hecha por las
masas depositarías y autoras de la grandeza nacional, pues son ellas, las
masas, el instrumento de que se vale la Historia para alcanzar sus fines.
De ahí la fuerza de ese
proletariado que Scalabrini Ortiz describió en sus páginas famosas sobre el 17
de Octubre de 1945, que lo contó como a su testigo más ilustre. Y, también, por
eso, Raúl Scalabrini Ortiz, hombre altivo y sin compromisos fáciles, vio en
Perón la historia de las masas argentinas encarnadas en un grande hombre. Esto
explica por qué la clase obrera designa en Raúl Scalabrini Ortiz a uno de los
suyos. El pensamiento de los patriotas
no muere. Vive y perdura en las masas nacionales. Los trabajadores por eso
ven en Scalabrini Ortiz a un insigne intérprete de la conciencia nacional de
los argentinos.
Raúl Scalabrini Ortiz estuvo
sólo. Sin embargo, un verdadero escritor nacional nunca está solo. Su obra,
inspirada en el pueblo, al pueblo vuelve. Y, tarde o temprano, la colectividad
entera lo convierte en parte dolorosa y triunfante de la patria. De la patria a
construir. Pues no hay patria sin soberanía nacional. Bajo el dominio
extranjero la patria no es una categoría histórica inmóvil, sino lucha viva,
desgarrada, permanente, por la liberación nacional. Hay dos patrias. La de los que la gozan, la prostituyen y la explotan.
Y la de los que la padecen. La de Raúl Scalabrini Ortiz fue una patria
padecida. Una patria oprimida. En esa patria negada por una minoría que la
inmola a sus intereses de clase y, en contraposición, afirmada por el pueblo,
Raúl Scalabrini Ortiz fue -lo repetimos- la dignidad de la inteligencia
nacional. Y eso plantea el problema de los intelectuales en los países
coloniales. En general, los intelectuales forman una capa social admitida y
palmoteada mientras cortejen con su palabra o su silencio a la clase dirigente.
En el caso argentino, y en la época de Scalabrini Ortiz, a la oligarquía
terrateniente satélite de Gran Bretaña. Este es un fenómeno típico de todos los
países dependientes, en los que la subordinación del país crea, a su vez,
intelectuales subordinados a esa oligarquía, y en nuestros días, a los grupos
económicos ligados, en particular en la Argentina, al imperialismo yanqui. O
mejor, anglosajón. En tal orden, la “libertad” de la inteligencia es una
ficción escandalosa, o sea, “libertad” para consentir en forma abierta o
encubierta, la dependencia del exterior. Y en esto reside la traición de los
intelectuales al país que sufre la opresión extranjera. No pueden hablar de
libertad aquellos que dependen de diarios, revistas, cátedras pagadas directa o
indirectamente por el colonialismo, y por ende, controlados por la censura
oficial.
En los países coloniales la mayoría de los intelectuales, esos que han
logrado un nombre, se refugian en la abstención política, que es una forma del
sometimiento. Tales intelectuales son parte del espectáculo colonial.
Dígase cuanto se quiera, la realidad que circunda al intelectual es política y
su silencio es político. El silencio de los intelectuales se llama traición al
país. Para ellos, ser escritor es conseguir publicidad a costa de cualquier
prevaricato. Por eso, en tanto masajistas del éxito social son no más que
fugaces pasajeros de la fama. Y el pueblo los ignora. Hablan de libertad pero
medran a la sombra del sistema que deroga la libertad del pueblo. Si los
intelectuales se apartan de la política no es por superioridad sino por
cobardía y adhesión tácita o expresa al colonialismo. Por eso tales
intelectuales en los programas de radio o televisión, se expresan con palabras
a medias, triviales, conformistas, alejadas de los problemas ardientes del
país. La dependencia colonial no sólo es
económica, es en su mediatización más innoble, colonización intelectual. Un
intelectual que calla el horror y la vergüenza del colonialismo, es un
mercenario que sirve a las potestades aciagas que paralizan al país. El
intelectual que no usa sus conocimientos como militancia, de hecho acepta al
régimen colonial que exige y paga la existencia de una inteligencia adicta. El
valor de una obra se mide por su posición crítica frente a la época en que
nace, por la postulación de los problemas que agitan a la comunidad, y esta
misión de los intelectuales sólo es posible cuando se desafían sin renuncias a
los poderes que velan, a través de las desfiguraciones del imperialismo y sus
aliados nativos, los problemas nacionales irresueltos.
En un país colonizado la labor del escritor es militancia política. De
lo contrario es pura miseria de la inteligencia pura. ¿Cuándo la
Universidad ha alzado su voz contra el colonialismo? ¿No prueba esto que la
Universidad, antes que templo del saber, es el asilo de la cultura colonial? O
sea, de la invasión mental desfuerzas extrañas a lo propio. ¿Cuándo los
escritores argentinos agremiados en la SADE han denunciado la entrega del país,
los fusilamientos de 1956, las torturas, las proscripciones políticas de
millones de argentinos? ¿Cuándo? Los trabajadores hacen bien en desconfiar de
esa “inteligencia” argentina que no osa decir su nombre mientras el país se
debate en la violencia, en la lucha por la liberación nacional.
Más, junto a estos escritores
hay otros. Una minoría que, en rigor, representa a las mayorías nacionales sin
libros pero con conciencia de la patria avasallada. Son intelectuales que no se
resignan ante el estado de cosas establecido, y muestran tanto los mecanismos y
las lacras pestíferas de la servidumbre colonial como el papel subalterno de la
inteligencia culpable. De esos intelectuales que mientras el pueblo lucha en
las fábricas, en las calles, aparecen en las pantallas de televisión, y del
este modo, lo sepan o no, son parle de los avisos comerciales, el lado culto de
la servidumbre cultural al imperialismo.
Los escritores auténticos saben soportar el silencio y prefieren darle
formas de ideas a las intuiciones y heroísmos colectivos convirtiéndose así en
testigos y actores de la época que les toca vivir. A esta raza de
escritores nacionales perteneció Raúl Scalabrini Ortiz, prototipo del
intelectual que hizo del pensamiento argentino militancia política y no de la
política algo negable por una inteligencia amordazada. Así se realizó Raúl
Scalabrini Ortiz.
El 10 de junio de 1944, el coronel Perón pronunció en la
Universidad de La Plata la conferencia inaugural en la Cátedra de Defensa
Nacional de aquella casa de estudios. Finalizada la disertación se trasladó
al balneario del Jockey Club, en Punta Lara, donde se le ofrecería un banquete;
lo hizo en compañía del mayor Fernando Estrada (subsecretario de Trabajo y
Previsión) de Raúl Scalabrini Ortiz y de los jóvenes dirigentes de FORJA,
doctores René Saúl Orsi y Miguel López Francés. La presencia de Scalabrini y
demás militantes forjistas se explica, ya que FORJA fue la primera agrupación
política de jerarquía nacional que se solidarizó con la orientación económico
social impresa por el coronel Perón al gobierno constituido en junio de 1943.
Durante la reunión -de la cual
participaron alrededor de cincuenta personas, entre ellas, los generales
Reynolds y Perlinger, el brigadier Zuloaga y los doctores Baldrich y Labougle-
el coronel Perón habló extensamente con Orsi y López Francés, exponiendo con la
precisión y brillo conocidos la tesitura de su política. En esas
circunstancias, Scalabrini le hizo llegar por intermedio de Orsi un breve
mensaje escrito en la tarjeta de invitación al banquete. “Coronel: le vamos a pedir los trencitos”, decía, ratificando así
una de las demandas esenciales del pueblo argentino toda vez que la
recuperación de los medios de comunicación por el Estado constituía uno de los
principales objetivos de la lucha por la emancipación nacional.
Leyó Perón el mensaje y, en
seguida, apartándose del grupo, se acercó a Scalabrini para manifestarle
personalmente que si se superaban con éxito las dificultades de todo orden que
obstruían el desarrollo del movimiento político-social en gestación, una de las
primeras medidas a adoptarse sería la compra de los ferrocarriles. Perón cumplió, y el 1º de marzo de 1948
cuando el gobierno justicialista tomó posesión de todos los ferrocarriles
nacionales, Scalabrini Ortiz fue invitado por el presidente de la república a
concurrir a la ceremonia oficial. Honraba Perón así al hombre que había
servido al país, con su clara inteligencia, al desvirtuar una de las mentiras
más finamente urdidas por la extranjería como escritor y como hombre, es decir,
como argentino total. No aceptó la neutralidad de la inteligencia. Luchó sin
lamentaciones contra la montaña de falseamientos y cancelaciones canallas de la
antipatria.
Y aquí debo tocar, aunque más
no sea de paso, un hecho en la vida de Raúl Scalabrini Ortiz. Como todo gran
patriota fue calumniado y odiado por los personeros de la entrega, por el
liberalismo colonial aliado a Gran Bretaña, y por la izquierda extranjerizante
que lo acusó de “nazi”, justamente a este defensor de las masas proletarias
postergadas y de la soberanía nacional profanada por la oligarquía y el imperialismo.
Pero una infamia aún más inicua rozó a Raúl Scalabrini Ortiz. Al caer Perón,
bajo la instigación directa de Rogelio
Frigerio y Arturo Frondizi se intentó apañar con su nombre la entrega del
petróleo. No podemos hacer aquí la historia de esta operación fría,
imperdonable y cruel. Pero ayer, en un diario de esta capital, se insiste en
esta infamia. Sólo diremos en este acto, que por solemne exige la verdad, que
para usufructuar el nombre de Raúl Scalabrini Ortiz, se adulteraron los
contratos con las compañías norteamericanas presentándolos como favorables al
interés nacional. Raúl Scalabrini Ortiz retrocedió a tiempo y permaneció
incorruptible ante su pueblo. Pero la amargura de esta operación perversa
fraguada por quienes se dijeron sus amigos, lo acompañó hasta la tumba, y
quedará como un estigma irredimible en la conciencia de los culpables.
Y finalmente, condenado a vivir en la sombra, Raúl Scalabrini Ortiz
alumbró toda una época. Raúl Scalabrini Ortiz pronosticó sobre las
piltrafas áureas de la Argentina colonial, el porvenir de la Argentina liberada
y su efectuación histórica en la actividad de las grandes masas nacionales. Eso
fue Raúl Scalabrini Ortiz. Por eso, repetimos, es un símbolo vivo de la
inteligencia nacional.