En su tercera fase la guerra
en Siria se internacionaliza y expande, abarcando el Golfo Pérsico, mientras
las potencias occidentales se reparten Brasil
Cuando la expulsión de los últimos terroristas de Guta Oriental parecía anunciar
el fin de la guerra en Siria, un supuesto ataque con gas contra civiles en
dicha región sirve de pretexto, para que EE.UU., Gran Bretaña y Francia
preparen, con apoyo israelí, un masivo bombardeo del país. En tanto, la
inauguración de la base naval británica en Baréin y el puerto chino en Gwadar,
Paquistán, amplían enormemente el teatro de operaciones de Medio Oriente. Para
asegurarse la retaguardia, las potencias occidentales ya han ocupado en los
últimos tres años el Atlántico Sur y están desguazando Brasil, pero su poder no
es tan seguro como suponen.
EN SIRIA COMIENZA EL CAPÍTULO 3
El miércoles 11 por la mañana
el presidente Donald Trump anunció por Twitter que pronto “caerán sobre Siria
nuevos cohetes hermosos e inteligentes”. Ésta fue la primera reacción pública
del mandatario a la versión de que el sábado pasado 70 civiles habrían sido
hallado muertos con gas clorín en Duma, Guta Oriental, pocos kilómetros al este
de Damasco.
Mientras que la Media Luna Roja (el equivalente de la
Cruz Roja) y los gobiernos de Siria y Rusia niegan el atentado, sólo los
llamados Cascos Blancos (una organización asistencial ligada a la oposición
siria) confirmaron el ataque. Sin prueba objetiva alguna, los líderes
occidentales –ante todo Emmanuel Macron- se apresuraron a inculpar al gobierno
sirio. La exigencia rusa de una investigación independiente fue desoída.
Respondiendo a Trump, Maria
Zakharova, vocera del ministerio ruso de Relaciones Exteriores, posteó en
Facebook que “los cohetes inteligentes deberían ser disparados contra los
terroristas y no contra el gobierno legítimo que ha estado combatiendo al
terrorismo en su territorio durante años”. Advirtió
también que un bombardeo con cohetes podría destruir la evidencia necesaria,
para determinar si en el ataque se usaron armas químicas. Al advertir que
cualquier ataque contra Siria sería respondido, Rusia descolocó a los
estrategas del Pentágono. Su hesitación hace crecer las dudas sobre la
veracidad de sus afirmaciones y la tardanza en responder debilita al gobierno
norteamericano.
Hasta la semana pasada el
presidente era partidario de que EE.UU. se retire pronto de Siria. Sin embargo,
la presión conjunta del secretario de Defensa
Jim Mattis, del presidente francés Emmanuel Macron, del Emir de Catar Tamim bin
Hamad Al-Thani y de la primera ministra británica Theresa May parece haberlo
arrastrado a profundizar y extender la intervención occidental en Medio
Oriente.
Si EE.UU. en Siria sólo ataca
un objetivo, no hará mella en la conducta de sus enemigos. Si, en cambio, ataca
un alto número de blancos (como se prevé), la reacción de sus adversarios puede
afectar a las fuerzas norteamericanas, europeas e israelíes en Oriente Medio,
el Mediterráneo Oriental y el Golfo Pérsico. Por su parte, el presidente ruso Vladimir Putin, apuesta alto, al
confrontar a Trump con el riesgo de una guerra regional en la que no es seguro
que Rusia pueda vencer, pero es su única chance para obligarlo a negociar. Esta batalla
definirá el curso de la gran guerra de Medio Oriente y el balance de poder
mundial.
NOSTALGIAS DEL EMPIRE
La inauguración el pasado
miércoles 4 de una base naval permanente
en Baréin (Golfo Pérsico) muestra que la monarquía británica quiere
refundar su poder mundial con la ayuda de los capitales de las ex colonias. A
cambio les ofrece lo que más sabe hacer: la guerra.
En el acto realizado en Manama
estuvieron presentes el príncipe Salman Bin Jamad Al Jalifa y Andrew, Duque de
York. La Base de Apoyo Naval (NSF, por su sigla en inglés) puede alojar
alrededor de 500 efectivos de la Marina y es la primera instalación militar
permanente del Reino Unido al este del Canal de Suez desde 1971. También las
fuerzas especiales usarán la base para sus acciones en el Medio Oriente
ampliado y Afganistán.
La construcción del puesto fue
posible, porque el gobierno bareiní pagó 31 de los 40 millones de libras
esterlinas (56 millones de dólares) que costó la obra. Londres decidió construir la base en parte, porque EE.UU. estaba
desplazando sus principales operaciones hacia el área del Asia-Pacífico, pero
también, porque la crisis de la unidad europea –aún antes del Brexit-
aconsejaba a la Corona apoyar su poder en el área atlántica y africana. Con
bases navales en Ascensión, Santa Helena, Gough, Tristan da Cunha, Malvinas,
Georgias y Sandwich del Sur, el Atlántico Sur está firmemente en manos
británicas. En alianza con Holanda, Francia, Israel y Chile tiene, además, el
control de Argentina, mientras que los golpes de estado de 2016/18 en Brasil y
2018 en Suráfrica eliminaron la competencia de potencias emergentes. Por otra
parte, la fuerte presencia rusa en Siria ha hecho muy inseguro el Mediterráneo
Oriental. Asegurar la línea de
abastecimiento petrolero desde el Golfo Pérsico e intervenir en el Medio
Oriente es, en la visión de la Casa de Windsor, la única alternativa para
superar a Alemania y Rusia e imponer a China sus condiciones.
PERSPECTIVAS INTERNACIONALES
DEL GOLPE DE ESTADO EN BRASIL
La exitosa batalla defensiva
que Lula da Silva libró el pasado fin de semana opacó el desguace del Estado
brasileño que las potencias occidentales están realizando desde 2016.
Muchos analistas ven el enorme paquete de privatizaciones que el
gobierno golpista de Michel Temer intenta imponer desde el pasado agosto como
la continuidad de las reformas neoliberales de Fernando Henrique Cardoso
(1995-2002). Sin embargo, sus alcances son menores, por un lado, y sus efectos
mayores, por el otro.
En agosto de 2017 el ministro de Hacienda, Henrique
Meirelles, presentó un plan de 57 privatizaciones que incluía Petrobras,
Eletrobras, Embraer, otras empresas públicas, la Casa de la Moneda y la Caixa
Econômica Federal. Sin embargo, hasta el momento sólo pudo entregar a empresas
extranjeras cuatro grandes represas hidroeléctricas y grandes áreas del presal,
los yacimientos submarinos frente a la costa de São Paulo y Rio de Janeiro.
Después de que Meirelles renunciara la semana pasada para
hacer campaña presidencial en la línea del presidente, su sucesor, Eduardo
Guardia, destacó la prioridad de la privatización de Eletrobras, la
gigantesca transportadora estatal de energía, y el presidente designó este
domingo 8 a Wellington Moreira Franco, hasta entonces secretario de la
Presidencia, como ministro de Minas y Energía. Con un valor de mercado cercano
a los 9500 millones de dólares y una participación estatal del 80%, Eletrobras afronta fuertes deudas,
dificultades operativas y una capacidad insuficiente para invertir. Además fue
involucrada en escándalos de corrupción que bajaron aún más su valor de
mercado. Sin embargo, su carácter estatal es la garantía de abastecimiento de
energía accesible para grandes regiones del país. Por eso la batalla en torno a
su eventual privatización es un combate mayor.
Otra lucha épica se libra en
torno a la posible fusión de Embraer con
la norteamericana Boeing. Tercera fabricante de aviones del mundo, la
empresa (en la que el Estado aún tiene una acción de oro) es un bocado
codiciado por europeos y norteamericanos. Aunque hasta hace poco promovía la
operación, ante la fuerte oposición sindical su presidente, Paulo Cesar de
Souza, aseguró el martes 10 que la posible fusión no es “una asociación vital”
y no descartó la posibilidad de “considerar otras cosas interesantes”.
Los frenos y obstáculos
puestos al programa de privatizaciones no compensan, empero, la enorme pérdida
de soberanía que Brasil sufrió al
entregar en octubre pasado grandes áreas del presal. Seis de los ocho
bloques licitados fueron entregados a precio vil a empresas europeas,
norteamericanas y chinas. Entre las 16 habilitadas estuvieron algunos de los
gigantes del petróleo mundial. Por ejemplo, el campo de Norte de Carcará, en la
cuenca de Santos, fue entregado a ExxonMobil (Estados Unidos), Statoil
(noruega) y Petrogal (portuguesa). El campo Sur de Gato do Mato, también en la
cuenca de Santos, en tanto, quedó en manos de la angloholandesa Shell y de la
francesa Total. Sólo em Sapinhoá Petrobras retuvo el 45% de participación, complementada
con 30% de Shell y 25% de Repsol Sinopec (España-China).
La destrucción de Petrobras anula sus históricas operaciones en Nigeria y
Angola y deja el control de los hidrocarburos del Atlántico Sur en manos
europeas y norteamericanas. Además, debilita enormemente la capacidad de
negociación internacional de Brasil y su capacidad de liderazgo regional.
La reanudación de la guerra
del Medio Oriente ampliado está motivada por la desesperación de las fuerzas
atlantistas ante el predominio ruso en la región, pero la simultánea
inauguración de la base naval británica en Baréin y del puerto chino en Gwadar,
Paquistán, amplía sustancialmente el teatro de operaciones. El desguace del
Estado brasileño y el reciente golpe de estado en Suráfrica dan a los británicos
la sensación de controlar el Atlántico Sur sin rivales, pero el enorme
desarrollo reciente de las flotas rusa y china y la extensión de las líneas de
abastecimiento en torno a África indican que la marina insular no debería estar
tan tranquila. Estamos más cerca del Golfo Pérsico de lo que se piensa.