martes, 30 de abril de 2013

Carlos Mugica

por Luciano Chiconi


Peronismo y Cristianismo es imprescindible. La recopilación es desprolija e incompleta, son varios los textos que quedaron aislados y sin registro de todos los que fue escribiendo el Padre a lo largo de los ´60 y ´70. Con Mugica pasa lo mismo que con Perón: son más quienes lo evocan que quienes lo leyeron. Mugica es una figura complicada y estudiada sin la profundidad que amerita, quizás por las incomodidades que generó a izquierda y derecha, no siempre convenientemente explicitadas pero que serían claves para entender mejor el pensamiento que surge de los cruces analíticos entre los valores cristianos y los del peronismo en su matriz doctrinaria. De esa encrucijada, que es además la del antiperonista que festejó la caída de la tiranía en el ´55 pero que ya estaba en tránsito hacia una comunión con los pobres que escriben en la puerta del conventillo al que Mugica iba a predicar: “Sin Perón no hay patria ni Dios. Abajo los curas”, surge la cosmovisión política que hace del desprendimiento su piedra basal. El aprendizaje de Mugica sucede territorialmente, y su producción teórica es la constelación de todos y cada uno de los pasos en falso que las clases ilustradas políticas no deben cometer en la aprehensión de la cultura popular que es peaje para cualquier acción política.

A la renuncia religiosa, Mugica agrega una renuncia política como condición de posibilidad de una política popular real, bajo la cual las consistencias ideológicas pasan a retiro: “Nosotros, intelectuales, vemos las cosas de Evita o de Perón, y nos parecen demasiado simples; decimos que no tienen consistencia ideológica, porque, claro, esa gente habla como el Pueblo, no habla como nosotros intelectuales que tenemos ideas claras, precisas y a menudo bastante abstractas” y señala los riesgos de la hipertrofia teórica que colisiona con lo popular: “Los cristianos siempre hemos tendido a ser ideólogos, siempre hemos tenido mucho miedo a la realidad concreta porque es ambigua. Y mientras nos preguntamos si estará bien o estará mal, el problema ya lo habían resuelto otros. Siempre quisimos la opción pura y perfecta, y la política es una cosa sucia que nos obliga a arriesgar (…) la opción política es siempre por el mal menor. (…) El peligro del ideólogo es el sectarismo que lo lleva a una estructura en el fondo racionalista y lo lleva a separarse de la realidad.”

Es casi obvio reafirmar la actualidad que revisten estos pensamientos si se quiere afrontar una política popular seria y sin mezquindades. Lamentablemente, la lectura de la obra de Mugica está poco difundida y la evocación del Padre más usual es la que recuerda la fecha de su muerte, asesinado por la Triple A. En Mugica, la opción política por los pobres no se hace “en nombre de”, sino como parte de un experiencia de escuchas. Escuchar la voz del que no tiene voz es una tarea que cancela el egoísmo de “mis ideas” a favor de una realidad insondable, esquiva, desconcertante: la comprensión de lo popular en sus mil estallidos y significaciones. Lo escamoteado de la figura de Mugica es su derrotero: desde los ´60 como guía espiritual de una generación juvenil que se incorpora al Peronismo en una instancia proto-montonera, el apoyo político a Montoneros-JP durante los ´70 del Luche y Vuelve y la durísima ruptura con la Izquierda Peronista a partir de 1973, explicitando la lealtad a Perón. Ese derrotero está marcado siempre por la misma apreciación: la acción política errada es la que se distancia de los pensamientos, sentimientos y pesares del Pueblo en cada coyuntura histórica.

Además de ser el año de la fatalidad, 1974 es para Carlos Mugica el tiempo conflictivo de una Izquierda Peronista a la que ama y quiere contener dentro del Movimiento Nacional, pero que está cortando sus últimas amarras con el Pueblo. En los primeros meses de 1974 estalla el conflicto político a raíz del Plan de Viviendas del Ministerio de Bienestar Social que ofrece a los habitantes de la Villa de Retiro el traslado de los que quisieran a un barrio obrero en Ciudadela. El Plan contaba con el aval de Perón, pero como parte de la confrontación integral de la Tendencia con el líder, el Movimiento Villero Peronista (MVP) promovía entre los villeros el rechazo al Plan de Viviendas del Gobierno Nacional bajo el falso concepto de “erradicación como avasallamiento”. Mugica reflexiona sobre este conflicto, y hace la pregunta clave: ¿Qué opinan los villeros?, y escribe un artículo fundacional con un título tremendo, La ultraizquierda en las villas, y dice: “Hay dos maneras de encarar esta agitación prefabricada en torno al traslado. La primera, elemental, es saber cómo ha reaccionado el villero ante la iniciativa oficial. Puesto que él es el destinatario de un programa semejante, su opinión es entonces la que debe importarnos. Hablando con la gente, nos damos cuenta de que está contenta, porque se le brindan cosas dignas, hermosas. Este Plan del gobierno popular no se parece en nada a los planes que surgieron durante la dictadura. Al respecto, yo pienso que el Plan puede tolerar correcciones, puede ser mejorado, lo cual no significa cuestionar el Plan en su totalidad ni ignorar sus muchos méritos. No es ideal. Es bueno, simplemente, lo que no es poco decir. Por lo tanto, nosotros estamos a favor de este Plan, porque nosotros queremos erradicar las villas y no eternizarlas. Pero ¡ojo!, erradicar las villas no quiere decir destruir los valores del villero. (…) Erradicar la villa significa sustraer a sus pobladores, a las numerosas familias que la habitan, de condiciones ofensivas para su dignidad, para la salud moral y física de niños de adolescentes. De ahí que apoyemos la erección de barrios y viviendas higiénicas, ventiladas, dotadas de los imprescindibles servicios sanitarios, luz, gas. Porque el villero no quiere seguir siendo villero, no quiere seguir viviendo como un condenado. (…) Quien comprenda realmente al villero tiene que comprender sus legítimas ansias de liberarse de una situación que lo transforma en paria. Es, precisamente, lo que no comprende el socialismo dogmático, con su empeño ciego de impedir que el mundo agrio, duro del villero se transforme realmente.” Continúa el Padre, refiriéndose al accionar de la Tendencia en el conflicto: “Aunque invoque al villero, en realidad no se ha asomado a sus problemas. (…) Nuestro Pueblo es cristiano, es Justicialista, no acepta las formulaciones falsamente revolucionarias de quienes, en definitiva, no son sino una expresión del liberalismo europeo. (…) Los que claman por la revolución son casi siempre gente de afuera, activistas que no viven ni han vivido en el lugar. Desde luego, hay villeros con ellos, pero éstos responden a una política que les dictan desde afuera. Hay una muestra típica de este irrealismo político, de este prejuicio de superioridad presuntamente revolucionaria, que se comprueba en las reuniones o asambleas promovidas por la ultraizquierda. Apenas un compañero de la villa cuestiona un argumento, discrepa con una iniciativa, manifiesta sus diferencias con algún dirigente, enseguida se le imputa que carece de conciencia política y se lo excluye. De este modo, muchas organizaciones o grupos han perdido representatividad, la gente los abandona, abandona a quienes no entienden sus reales necesidades y la subestiman políticamente.”

En esas épocas, ya circulaba la Biblia del Pepe, como manual de interpretación política entre los cuadros de la Tendencia. La posición de Mugica le valió ser incluido en la sección “La Cárcel del Pueblo” de la revista Militancia que dirigían Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde (amigos personales del Padre), en la que se solía condenar con mucho humor negro a los exponentes del establishment. Escribió Militancia sobre “la condena” a Mugica: “Dos mil años de política terrena han enseñado mucho a la Iglesia Católica. Una institución que es la negación del democratismo interno, sin embargo comprendió hace muchos siglos, las ventajas de tolerar las distintas corrientes que se forman en su seno. A un ala conservadora y retrógrada se opone siempre un ala liberal y progresista. Una jerarquía pro-oligárquica convive con sacerdotes del pueblo. Están los curas humildes y silenciosos y están las estrellas publicitadas. A esta última especie pertenece CARLOS MUGICA, super- star. [...] siempre ha sido un movimientista nato. Como queriendo resumir en su persona todas las corrientes internas de la Iglesia, trata de ser al mismo tiempo un conservador progresista, un oligarca popular, un cura humilde y bien publicitado, un revolucionario y defensor del Sistema. Y así le va con el resultado. Lo dicho no es una acusación gratuita. Con su defensa apasionada del celibato eclesiástico y del acatamiento sin protesta a la jerarquía, es tolerado por los preconciliares como un ‘muchacho’ rescatable. Su pertenencia al Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo, lo refiere a los sectores de avanzada. Su hábitat en el barrio norte y sus amistades le permiten no romper los lazos creados en su carácter de Mugica Echagüe. Su labor religiosa en la Villa Comunicaciones lo emparenta con el pueblo. Su condición de colaborador de Bernardo Neustad [sic] en la revista Extra, le abre las puertas de la contrarrevolución, avalado por su círculo de relaciones (aunque ha perdido algunos amigos como Hermes Quijada). Todo mezclado, como en el poema de Guillén. La Biblia y el calefón, diría Discépolo. Ayer una misa por Carlos Ramus, luego un responso a Bianculli guardaespaldas de la UOM y hoy un oficio religioso para Isabelita. (Siempre queda la excusa que la religión no hace distingos políticos, como si fuera el único cura de la aldea). Como si fuera un corcho, siempre flotando aunque cambie la corriente. Montonereando en el pasado reciente, lopezrregueando sin empacho después del 20 de junio, Carlitos Mugica, cruzado del oportunismo, ha devenido en: ¡depurador ideológico! [...] tiene la osadía de negar el aporte de una juventud que desde hace muchos años riega a diario con su sangre el suelo de nuestra Patria, dándole el siguiente consejo de pavo infatuado: que ‘renuncie a buscar la revolución en los libros (con el peligro de morirse de un error de imprenta) y ascienda al Pueblo asumiendo sus problemas reales’ (Mayoría, 19-III-1974). Por todo lo expuesto, quede Carlos Mugica preso en la Cárcel del Pueblo, aunque se quede sin asistir al casamiento de la hija de Llambí con Sergio Patrón Uriburu.”

Reconocemos aquí, aparte del estilo ácido de Militancia (que leído hoy da un poco de escozor), los efectos dramáticos que causaba la lucidez de Mugica en un momento donde ésta era un bien escaso. La ruptura con la Izquierda Peronista se iría acentuando con el tiempo y en marzo de 1974 escribiría: “Los hombres más afectados por la vida son los trabajadores, los pobres. (…) Los que forman lo que hoy llamamos la juventud, pertenecen en general a la clase media y están más distanciados de las reales aperturas. Y pueden entonces más fácilmente ideologizar, especular, soñar. En estos días hubo dos manifestaciones públicas. Una en el estadio de Atlanta. Muchos jóvenes. Pocos obreros. Allí prevaleció la ideología sobre la realidad. Otra en Plaza de Mayo. La pude ver con mis propios ojos. Esos trabajadores, auténticos cabecitas, no especulaban cuando gritaban “Zorila y Perón, un solo corazón”. Estaban reclamando condiciones dignas de trabajo y carne barata para el Pueblo. La encrucijada de la juventud es dramática. Y nos envuelve a todos. Porque sin ella no vamos ni a la esquina. Y la responsabilidad de nosotros, sacerdotes, educadores, es enorme.”




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