sábado, 21 de junio de 2014

Fermín Chávez volvió al pago

Por José Luis Muñoz Azpiri (h)
                                          

“Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace...”, quien cubra su puesto de lucha dentro de la inteligencia militante. Pudiendo haber construido  su castillo de cristal –la diafanidad de su vida se lo hubiera autorizado– o su intelectual torre de marfil, prefirió su aporte vital al esclarecimiento histórico que brinda a los pueblos los cimientos de la determinación nacional.

Convivían en Fermín Chávez, en armoniosa conjunción de pensamiento y arte, la tribuna y la profecía, unidas a la expresión veraz y depurada. El magisterio del escritor, ampliado por el ejercicio de la poesía, el periodismo y ocasionalmente la tribuna, actuó siempre en el marco del Movimiento Nacional Justicialista, en el de la Resistencia (1955-1973), donde hacer peronismo estaba más cerca de las balas y del exilio, que del halago y los “honores”. Cuando los poderes regresivos quebraron el trayecto del pensamiento nacional, apareció su nombre en las negras listas de los negados, más la fuerza y pureza de su doctrinaria conducta demostró que, para el genuino pensamiento patrio, siempre habrá una columna y una prueba de imprenta.

Querido Fermín, viviste tu pasión argentina y la hiciste vivir, al margen del bando y las urnas, hasta arder en su mismo fuego múltiple y generoso. El fuego en que se consumen los corazones de la Patria comenzando por el de los trabajadores. Dicho fuego representa la credencial de la subsistencia y salvación nacionales, antesala de la Argentina eterna que hombres como vos profetizaron, entrevieron y, finalmente, ayudaron a erigir. Tu voz no era un altavoz, era una conciencia y el nacionalismo que ella representaba es, en nuestro país, una mística que no ha podido articularse aún en un proyecto genuinamente emancipador. Mística que viviste, querido maestro, con esa profunda fe cristiana que expresabas en tu devoción hacia la Virgen Gaucha, a la que le habrás pedido que no te dejara morir fuera de la pampa, siendo ella su dueña y quien dispone el destino de sus hijos. Virgen que te concedió el privilegio de ser un cadáver argentino. Acaso estés nuevamente en tu entrañable Entre Ríos, en un Entre Ríos celestial, donde dormirás en el campo verde, bajo el manto de los trebolares, fundido en la tierra primigenia, difundiéndote en su llaneza, en su sin par honradez. Sepultado en esa pampa habrás conquistado medio cielo, será como yacer en el azul. De día, te acariciará el sol y las brisas nativas; de noche, te velará la luna y las estrellas gauchas. Renacerás en los pastos, en el silbido de los sauces, en los colores del picaflor y el canto del chingolo, en el trotar isocrónico de un “trotecito” de un alazán criollo. Perdurarás así en la Argentina eterna y celestial que ambicionaste. Fuiste estimado hasta por los que insensatamente pretendieron verte como enemigo. Si hasta el diario “que Mitre dejó de guardaespaldas” te evocó con palabras bondadosas y cálidas. Es que así era tu alma generosa ¿Quién podrá olvidarte? Quienes te conocimos te cantarán por todas partes. Cuando te despedimos en la Legislatura tus compañeros y admiradores, tus ojos sabios de “amauta” de la América antigua se habían sellado conteniendo todavía tus lágrimas por la desaparición de Fermincito. Es que hay vidas llagadas por dentro, que nos hicieron comprender la huida terrenal de Lugones y tu último infortunio. Llevabas a los pies tu gorra y tus lentes, mientras te amortajaba la bandera azul y blanca de Obligado, no la celeste de la canalla doméstica, liberal y cipaya. Aunque hubiéramos preferido, al igual que el “Tigre” Clemenceau –el constructor de la victoria de Francia- un féretro de cristal donde permanecieras, vertical y rígido, vigilando los destinos de la Patria. Duerma, por tanto, el artista a la sombra de los libertadores de la Nación, su sueño de prócer, que habrán de acunar de hoy en adelante los argentinos nacidos o crecidos al conjuro de tu ejemplo y mensaje.

Te fuiste a encontrar con tu hijo. Volviste al pago, Fermín. ¡Al pago de Tata Dios! 

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