sábado, 21 de junio de 2014

El Grito de Santa Fe

Por José María Rosa


El 15 de junio de 1938 se cumplía en la histórica Santa Fe el centenario de la muerte del Brigadier Estanislao López. Aquello fue una emocionada fiesta patriótica: López, tenido hasta poco antes como el tirano, el gaucho analfabeto, el hombre de la chusma por los historiadores liberales, fue reivindicado como la primera figura de la provincia. Se puso la piedra fundamental de su monumento y grandes festejos ocurrieron en toda la provincia, especialmente en la capital donde había nacido y muerto el Patriarca de la Federación.
Entre esos festejos había una recepción en el club del Orden. Don Alfredo Bello, santafesino de ley y hombre de fuertes y agresivas convicciones patrióticas era agasajado por haber sido quien más hizo por la reivindicación del Brigadier. Una lucha de cincuenta años llegaba triunfalmente a su fin.
En cierto momento el gobernador de la provincia brindó por él y por su brega lopizta incansable. Bello, emocionado, contestó al brindis con un desconcertante: “¡Por Santa Fe, por el caudillo popular de la Provincia, y por Juan Manuel de Rosas el primero de todos los caudillos argentinos!”. Palabras extrañas en 1938, que provocaron el desconcierto imaginable. Como algunas de las copas quedaron sin llevarse a los labios Bello agregó: “¡Y por una indispensable revisión de la historia Argentina sin la cual no seremos jamás una Patria!”.

No fuimos pocos quienes aclamamos a Bello. Yo me encontraba allí, pues era profesor de la Facultad de Derecho, y mí amistad con Bello y la mayor parte de los historiadores santafesinos me habían hecho comprender los auténticos valores de nuestro pasado. En las palabras del viejo maestro alentaba el deseo de empezar una campaña metódica por la valoración de la historia; y poco después nos reunimos en un salón del club un grupo de profesores, alumnos o simples aficionados al pasado a fin de echar las bases de un Instituto de Estudios Federalistas “por la urgente necesidad de coordinar muchos esfuerzos individuales que, en la ciudad y en el país luchan por una ya impostergable revisión histórica. Ya no es honesto cerrar los ojos ante tanta prueba acumulada de que nuestros anales patrios han sido tergiversados, desnaturalizados los acontecimientos y, en definitiva, falseados los resultados y las consecuencias lógicas”. La tremenda palabra revisión histórica acuñada por Bello en su brindis, fue lanzada como un desafío a la Argentina extranjerizada y vacilante de 1938.
Tengo en mi poder el acta de esa reunión, que desde entonces se llamaría el grito de Santa Fe, y dentro de poco debía conmover a todo el país. Nacía “revisionismo histórico”, el movimiento intelectual más revolucionario, el único profundo que habla dado por la Argentina. Ese marchar atrás para “enderezar el rumbo” - que dijo alguno - demostró ampliamente por qué los argentinos no éramos dueños de nuestros destinos y como podíamos volver a serlo. Mostró otra cosa, que palpamos en carne propia. No tuvimos éxito en los medios intelectuales; y pocos nos comprendían, y la mayor parte movían compasivamente la cabeza ante ese estrellarnos contra la montaña. Aunque algo nos demostraba que éramos un peligro; la prensa unánimemente calló nuestros boletines, manifiestos y conferencias.
Empezó la “conspiración del silencio”, fase primera de la lucha contra la verdad histórica, más tarde vendrán la tergiversación, la calumnia, la cesantía de profesores revisionistas, y hasta la cárcel. Hubo quienes claudicaron, pero muchos siguieron y muchísimos se sumaron.
Lucha difícil, pero grata para quienes intuíamos que en enderezar el pasado estaba la clave de enderezar el futuro que con una “historia colonial” solo podíamos tener una mentalidad colonial.
No tuvimos éxito, dije, en los medios intelectuales y universitarios; faltaban decenios para que la juventud universitaria madurara patrióticamente. Y fue Alfredo Bello quien llevó el revisionismo - contra mi desconcertada opinión - a las masas populares. Ocurrió después de una conferencia mía donde los concurrentes apenas pasaban de una docena. “No. A esta gente, no - me dijo don Alfredo -. Eso mismo que usted ha dicho sobre Rosas repítalo en un asado popular que le voy a organizar en Coronda”. ¿Qué saben de historia argentina quienes asistirán al asado?”. Nada, ni siquiera les ha quedado lo que se les enseñó en la escuela. Pero son criollos y tienen corazón”. Organizó su asado, y fue un estruendoso éxito. La policía debió intervenir porque los concurrentes salieron a matar salvajes unitarios, y tirarle piedras a los bustos de Sarmiento.
Poco después - en agosto - los revisionistas porteños siguiendo nuestro ejemplo fundaron el instituto Juan Manuel de Rosas. Y juntos, ambos realizamos actos de reivindicación histórica en Martín García, en la Vuelta de Obligado, en el Quebracho.
Así empezó, la historia hace treinta y cinco años. Como un recuerdo a quienes asistimos al grito de Santa Fe consignaré los nombres que figuran en el acta que tengo en mi poder: José María Funes, Presb. Alfonso Duran, Alfredo Bello, Clementino Paredes, Rodolfo Borzone, Félix Barreto, Raúl Ruiz y Ruiz, Víctor Mazzucca, Arturo Valdez Taboada, Ulises Benuzzi, Luis Alberto Candioti, Juan Bonet Da Forno, Leopoldo Chizini Melo, Carlos Iparraguirre, Heberto Pagani Lanza, Tulio Jacovella, Vicente Fidel López (hijo), y el mío, Alfredo Bello fue su primer presidente, y a mí - no obstante ser porteño - me hicieron el honor de confiarme la vicepresidencia.
A los seis meses me echaban de la Facultad. Porque los izquierdistas de entonces (que sólo eran liberales mal ubicados), consideraban reaccionarioe xplicar y valorar los caudillos populares. Como los liberales pueden hacer actos violentos sin que se estremezcan La Prensa y La Nación, estos dos diarios de familia callaren. Otra cosa sería - como ahora - cuando los atropellos (o presuntos atropellos) son a profesores de su mentalidad.


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