Dante Augusto Palma
Electoralmente el gobierno hizo todo bien, salvo una
cosa: la escandalosa, caprichosa e insólita manipulación de la carga de datos
en la Provincia de Buenos Aires que demuestra que Cambiemos está más pendiente
del Prime Time que de la realidad. Efectivamente, llevando la lógica de la
telepolítica al extremo, el macrismo quiso que la ciudadanía se vaya a dormir
creyendo que CFK había sido derrotada por uno de los peores candidatos
posibles, y, cuando el resultado se daba vuelta, sorprendentemente decidió parar
el conteo definitivo. En el gobierno de los CEO, el dueño de la pelota, a punto
de sufrir una derrota simbólica, se la lleva a su casa y no se juega más. Pero
lo más insólito es que como ardid comunicacional lo único que ha hecho es poner
bajo sospecha el resultado de la elección y devolverle al kirchnerismo una
épica, en este caso, la de la remontada.
Ahora bien dejando de lado este aspecto, y analizando en
frio, podemos decir que Cambiemos fue el gran ganador de la elección: logró
hacer pie en todos los distritos a pesar de que la mayoría le sigue siendo
esquivo y continúa en manos de los liderazgos locales, pero hizo su mejor
elección legislativa en CABA; ganó en Córdoba con candidato propio; le dio una
paliza electoral al kirchnerizado Alberto Rodríguez Sáa en San Luis como nunca
había ocurrido desde el regreso de la democracia y derrotó al MPN en Neuquén;
triunfó holgadamente en una Santa Cruz en crisis, alcanzó la victoria en Entre
Ríos, confirmó en Corrientes, Mendoza y Jujuy, y, aún perdiendo, en el segundo
escándalo relacionado con el conteo de votos, terminó cabeza a cabeza con el
peronismo en Santa Fe, donde el socialismo realizó una performance vergonzante.
Por último, como indicábamos anteriormente, “empató” en la elección de la
provincia de Buenos Aires.
El panperonismo, por su parte, confirmó varios de sus
liderazgos locales y si bien cada caso resulta particular y merecería un
análisis pormenorizado, podría decirse que en Formosa, Catamarca, Tucumán,
Chaco, La Rioja, San Juan, Río Negro, Chubut, Tierra del Fuego, Santa Fe,
Misiones y Salta, distintos tipos de peronismos, en un par de casos, claramente
kirchneristas y, en algunos casos, incluso compitiendo contra listas
representativas del kirchnerismo, sostuvieron su supremacía. Si sumamos a esa
lista a Santiago del Estero, con el triunfo de un Frente que fue aliado de la
administración de CFK, llegamos a la conclusión de que la mayoría de los
distritos le siguen siendo esquivos al gobierno pero que Cambiemos se ha alzado
o ha logrado “empatar” en los más populosos.
Si hablamos específicamente del kirchnerismo podría
decirse que, salvo la sorpresa en Santa Fe, quedó reducido a la figura de
Cristina con fuerte epicentro en la tercera sección electoral, la única de las
siete en la que pudo imponerse. Sobre ello hay dos grandes lecturas
contrapuestas pero plausibles ambas: la más benevolente hacia el kirchnerismo
podría indicar que con una parte de la justicia persiguiendo, el poder
económico nacional e internacional apoyando, los “fierros mediáticos”, los
servicios de inteligencia y las principales cajas del Estado, el establishment
no pudo vencer a CFK después de años de desgaste. La segunda lectura es que
frente a un gobierno que tuvo una de las peores gestiones que se recuerden, con
devaluación salvaje, tarifazos, aumento de la pobreza, inflación acumulada del
65%, crecimiento de la desocupación, escándalos vinculados a la violencia
institucional, etc., el kirchnerismo, con su mejor y tal vez, única carta,
apenas pudo empatarle a un candidato al que cualquiera elegiría para ganarle.
Se dirá que el ataque contra la expresidenta fue furioso y que Bullrich no fue
“el candidato” sino que la disputa fue contra Vidal, pero lo cierto es que,
Cristina, aun si se confirmara el triunfo, apenas pudo igualar la performance
de Aníbal Fernández como candidato a Gobernador en 2015. No es justo comparar
elecciones para cargos ejecutivos con elecciones para cargos legislativos pero
el voto kirchnerista parece estar afincado en un núcleo duro para el cual
resulta indiferente de qué tipo de elección se trata. Es más, es tan duro ese
núcleo de votos, con ese piso y ese techo que resultan casi similares, que la
estrategia duranbarbizada y pasteurizada de Unidad Ciudadana tampoco funcionó.
Dicho más crudamente: con escenario 360°, discursos desideologizados o
socialdemocratizados en torno a la condición ciudadana, apuestas a las pequeñas
historias de gente común, ocultamiento de La Cámpora y de los referentes
“piantavotos”, etc., CFK obtuvo lo mismo que su candidato más demonizado. Y por
cierto, el responsable de la merma en los votos no parece ser Randazzo más allá
de que parte de la militancia de paladar negro, traidorómetro en mano, quiera
encontrar un consuelo allí pues el ex ministro le ha quitado más votos a Massa
que a la expresidenta. Si bien no es lineal, cabe observar que el 15% de Massa
obtenido ayer más el 5% de Randazzo suman exactamente los 20 puntos que había
obtenido el exIntendente de Tigre en las PASO 2015.
De cara al futuro cabe distinguir entre lo inmediato y lo
mediato. En este sentido, octubre es lo inmediato y allí no es de esperar que
existan grandes virajes en las tendencias de los votos. En todo caso,
especialmente en la elección de la Provincia de Buenos Aires, aquella donde
volverán a posarse todos los ojos, es posible que haya una tendencia hacia una
“balotajización” que termine afectando a Randazzo y a Massa. De ser así,
entiendo que el gobierno puede recibir algunos votos más que los que podría
recibir CFK, más allá de que balotajización no significa balotaje y es posible
que ni Randazzo ni Massa pierdan demasiados votos.
En cuanto a lo mediato, el horizonte del peronismo
resulta aún más complejo que ayer. De hecho, podría decirse que el resultado de
ayer fue el peor de los resultados posibles. ¿Por qué? Porque el resultado de
CFK la dejó en una situación límbica: si hubiera perdido por 7 u 8 puntos era,
probablemente, el fin del kirchnerismo; si ganaba por 7 u 8 puntos, hubiera
encolumnado a todos los peronistas, incluso los más díscolos. Pero no sucedió
ni una cosa ni la otra y nadie puede razonablemente desestimar a una candidata
que obtiene 35% de los votos contra toda la estructura del poder fáctico, pero,
a su vez, hasta ahora su techo sigue siendo insuficiente para una elección
ejecutiva. Por lo tanto: hoy es la mejor candidata pero no alcanza para ganar y
obtura cualquier tipo de renovación, máxime cuando la pretendida renovación es
un Massa que desde el 2013 no hace más que perder votos, y un Randazzo que no
pudo alcanzar los dos dígitos que pretendía.
En este sentido, de confirmarse este resultado en
octubre, el gobierno, sin ser una mayoría apabullante ni mucho menos,
consolidará su carácter de primera minoría en las cámaras, tendrá proyección
para alzarse con los principales distritos gracias a candidatos propios,
instalará que tiene la legitimidad para avanzar con su plan económico y tendrá
enfrente a un peronismo más atomizado que nunca. Si el “mundo financiero”
continuara apoyando, el peronismo siguiese “trabado”, la voracidad del plan
económico de ajuste se moderara y el revanchismo y el triunfo de su ala menos
dialoguista y más salvaje se atemperara, es posible que haya Cambiemos para
rato con o sin Macri. Pero tratándose de política, hay allí demasiados
condicionales.